#VisiónTolima2050: “Desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo”
La Gobernación del Tolima presentó públicamente su propuesta de construcción de una nueva visión de largo plazo para el departamento. Un ejercicio valioso que tendrá que ser verdaderamente incluyente y democrático si le quiere dar un golpe al mundo, y producir los cambios que - en teoría - se propone.
El proceso no ha madurado, pero el insumo que tenemos sobre la mesa es poco prometedor. En principio, porque no promueve un escenario de ruptura sino que más bien redunda en más de lo mismo, con el agravante de que le da rango de novedad a ideas y lugares comunes de política pública que hoy están bastante cuestionados.
Mi opinión, una vez conocido este documento, es que le falta terreno, sentido común y mucho bagaje teórico. Hay varias cosas que me preocupan en torno a la iniciativa, pero me voy a concentrar en dos: i. la paradoja de que persista en ideas sobre el desarrollo que no tienen ningún anclaje territorial, y ii. la estrechez de la participación de acuerdo a como se la concibe en el diseño metodológico
Una mirada bogotanizada
No ignoremos una cosa: el hecho de que nos estemos proponiendo construir algo que todavía no existe, en este caso una visión, no significa que, de entrada, no estemos partiendo de una. El documento base es un extraordinario ejemplo de ello.
En primer lugar, porque los insumos que presenta la gobernación se nutren de ideas - en realidad bastante machacadas - sobre el desarrollo que se vienen practicando hace años, y que, de hecho, evidencian un desgaste enorme: porque está demostrado que no solucionan los problemas que aquejan al país y a sus regiones, y porque, como se ha dicho hasta la saciedad: son fórmulas de escritorio que no producen efectos transformadores en el territorio.
Ejemplo de ello es insistir en que la educación es la varita mágica que nos va a resolver todos los problemas, sin considerar las desigualdades en los planos socioeconómico, étnico, de género y socioterritorial; que el “emprendimiento” nos va a resolver el problema del (des)empleo, o que la “competitividad” es por sí misma el desarrollo, que es la idea básica del Eje temático 2.
Y en segundo lugar, porque tan evidente es lo que se dice como lo que se calla. Llamo la atención sobre tres omisiones graves: i. la pobreza estructural que aqueja al departamento (monetaria y multidimensional), ii. los componentes esenciales del Acuerdo de Paz, como la Reforma Rural Integral, la reparación, la reincorporación y la no repetición; y iii. las economías extractivas.
Esto último llama poderosamente la atención, justo en un momento en el que el gobierno nacional, a través de la Agencia Nacional de Minería, prácticamente tiene “loteado” el departamento para que se lleven a cabo proyectos de explotación mineroenergética de todo nivel.
En suma, más allá de los asuntos ideológicos - muy a pesar de las ínfulas profilácticas de los técnicos -, en términos de prospectiva, el documento no va más allá de un escenario puramente tendencial, no disruptivo, que mira más para atrás que para adelante, y que expresa, no tanto lo que desde la región nos trazamos como una hoja de ruta disruptiva, sino de lo que Bogotá espera de nosotros.
También es una magnífica radiografía de los intereses de las élites sobre el territorio. Y en eso, valga decir, este insumo se emparenta bien con la Visión 2025, un pacto de las élites sociales, políticas e intelectuales del Tolima cuyo único mérito fue convertirse en una ordenanza sin mayor ejecución.
La participación: el trompo en la uña
La siguiente cuestión que me preocupa, en caso de que se pueda resolver lo anterior, tiene que ver con la naturaleza de la participación, la manera como se la concibe en el diseño metodológico y las posibilidades reales de que los sentires y pensares de la gente se recojan efectivamente en la Visión 2050.
La participación es siempre un proceso mediado por el lugar donde uno se encuentra, las relaciones sociales en las que se está inmerso(a), el bagaje cultural con que uno cuenta, las conexiones políticas que lo legitiman y los recursos, incluidos los retóricos, que pueden ponerse en juego en el momento de defender puntos de vista.
Y esto es precisamente lo que hace que el proceso, si se lleva a cabo con honestidad intelectual, comprometa un grado de responsabilidad altísima. Aquí hay dos cuestiones, una política y una técnica.
Que todo el mundo tenga voz, y que ninguna voz resuene más que otra es el asunto político central. Si la visión es la prerrogativa de los técnicos, apague y vámonos. La falsa modestia de hablar a través de los datos, oculta en el fondo una tiranía que ha sido muy dañina para la democracia, en tanto que impone la mirada unilateral “de los que saben”.
El libro de Michael Sandel, La tiranía del mérito, es un crítica durísima a esa ilusión, y a su pretendida neutralidad.
En este sentido, se puede aprender mucho de la metodología del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial, PDET, y su experiencia de planeación de abajo hacia arriba. ¡Que este sea un incentivo para acoger el acumulado del Acuerdo de Paz en nuestra visión de desarrollo!
Desde el punto de vista técnico, los diseños metodológicos deben estar provistos, por lo menos, de tres elementos: instrumentos de recolección de información (que es lo único que está planteado hasta ahora), estrategias para el análisis de los datos (que implica el uso de software cualitativos y cuantitativos), y la sistematización de la información, y espacios de socialización y validación.
Aunque reitero que el proceso no ha madurado y que lo que tenemos sobre la mesa es apenas un insumo, también es cierto que quien lidera el proceso debe demostrar, inequívocamente: primero, que cuenta con la preparación para hacerlo, y segundo, que tiene la disposición de llevarlo a cabo colectivamente.
Como decía mi abuelita: en el desayuno se sabe cómo será el almuerzo.