Por estos días en los que es casi imposible quedarnos dormidos por la magnitud de los hechos que nos rodean, he recordado otras épocas de mi vida, cuando al ser un joven de un municipio del interior, tuve que ir a la capital tras el anhelo de ser profesional o luego cuando con todas las dificultades asumí el reto de ir a estudiar un doctorado fuera del país.
El punto es que en esas situaciones siempre fui el otro, la persona diferente en posibilidades económicas, costumbres y creencias. Aunque los entornos académicos se caracterizan por un mayor respeto de la diferencia, no faltaron las situaciones y personas que me hicieron sentir que debía adoptar otras posturas o comportamientos para ser aceptado.
Sin embargo, nunca olvidé de dónde venía y me mantuve en los principios que aprendí de niño, desde luego articulados con los conocimientos que iba adquiriendo.
Esas situaciones me hicieron ser consciente de que por difícil que fueran para mí esos momentos, tenía un privilegio que no veía en muchas otras personas que por falta de oportunidades llegaban a las capitales y eran denominados con palabras peyorativas o generalizadas. Entendí, como lo dice un poema, que ese otro también me habita.
Las reflexiones que tenía por esos días sobre por qué nos resulta tan difícil sensibilizarnos frente a las desigualdades, respetar la diferencia y valorarla, hoy me quitan el sueño, pues veo un panorama en el que se pretende anular al otro.
En las calles hay manifestaciones de muchas personas que consideran que la sociedad en la que vivimos es injusta y desigual, y por el hecho de romper la normalidad, no podemos descalificarlas o estigmatizarlas.
Por el otro lado también existen personas, en su mayoría con similares condiciones socioeconómicas, que deben asumir el rol de mantener el orden público.
Cobran importancia las reflexiones de Gabriel García Márquez quien crea una atmósfera poética y humorística en su obra más importante para demostrar que en nuestro país la realidad supera a la ficción; también las de Estanislao Zuleta, quien hace una defensa a lo que es difícil: elegir siempre el camino correcto, entendiéndolo como la defensa de la humanidad en sus múltiples expresiones; es decir, estamos llamados a elegir el camino difícil, el de entender que nuestro papel no es convencer a ultranza al otro, ni a través del discurso, ni mucho menos por la fuerza.
Otra reflexión que destaco, es que se ha generalizado la idea de que el conflicto es algo negativo, pero es precisamente el conflicto lo que conduce a transformaciones, el punto recae nuevamente en la manera como se gestiona, si es a partir del reconocimiento de los diferentes intereses y la búsqueda de justos medios o a partir de la imposición de fuerzas.
Los llamados de emergencia por el respeto del otro que se plasman en las obras de estos dos referentes, no han perdido vigencia y lo que vivimos en la actualidad es una muestra fehaciente de lo que significan actualmente.
Para finalizar, mi llamado es a continuar con el diálogo, el respeto de la alteridad, la solidaridad y la empatía, a mantener siempre presente que la vida es el bien supremo y que tenemos la posibilidad de escoger el camino difícil y detener el espiral de violencia del cual hemos sido testigos por muchos años.