Hay batallas mortificantes que se libran en silencio en el campo de una mente ruidosa, batallas en las que los pensamientos repetitivos, inquietantes y ataviados de catástrofe son los proyectiles que a mansalva destruyen cualquier señal de esperanza.
Hay muchas personas allá afuera tratando de no perder la cordura porque la locura tiende a ser cruelmente juzgada y castigada en un mundo en el que los estándares sociales aumentan y la humanización disminuye.
Que se esté hablando más sobre salud mental no significa que exista una consciencia real de ella, ni mucho menos que haya abundancia de ella. Hay una diferencia esencial en este escenario.
La salud mental es un derecho humano universal y hace parte de la estructura de una salud integral, y para ejercer este derecho es importante aprender qué significa la salud mental, es fundamental adquirir conocimientos y habilidades para construirla y cuidar de ella, así como reconocer los posibles riesgos que pueden vulnerarla. Aunque es imposible cuidar de algo que no se conoce, siempre es posible dar un paso adelante para iniciar este proceso de conocimiento que empieza con la decisión de conocernos a nosotros mismos.
Una luz que permite contemplar la idea de salud mental en la que estamos inmersos, es darnos cuenta de que vivimos atrapados en constantes ambivalencias, queremos salud, pero no tenemos hábitos saludables; queremos relaciones significativas, pero no invertimos tiempo de calidad en ellas; queremos vínculos sinceros, pero nos mentimos a nosotros mismos; queremos gobiernos que dignifiquen nuestra nación, pero elegimos candidatos que han sido etiquetados como “el o la menos peor”; queremos vivir en sociedades en las que predomine la cultura social, pero no respetamos ni el paso cebra para los peatones; queremos sentirnos escuchados, pero no dejamos de mirar el celular mientras otra persona nos habla. Y puedo plantear que estas situaciones no son en sí mismas el problema, infiero que cada una de ellas es una manifestación palpitante, tal como un síntoma, de la verdadera problemática que está enraizada en la perpetuación de la falta de conocimiento ya sea por imposición o por decisión propia, y en la carencia o precariedad de una reflexión crítica respecto a la forma en cómo aprendimos a relacionarnos con nosotros mismos y a cómo lo hacemos día tras día desde cada uno de nuestros roles, a las razones que nos llevan a vincularnos con otras personas y a la correspondencia con nuestro entorno.
De cara a este disonante panorama puede resultar muy fácil el extravío de muchas personas en medio del frenético bombardeo de tantos y diversos distractores que bien parecieran ser personalizados y que no han sido creados precisamente para fomentar la salud mental. Paradójicamente habitamos un mundo en el que de muchas formas se busca mantenernos fuera de él.