Marco Emilio Hincapié

Opinión

La crisis del agua en Ibagué

Marco Emilio Hincapié

/@marcoemiliohr
20 de abril de 2025
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En octubre de 2024, la Alcaldía de Ibagué anunció con bombos y platillos que, después de 30 años, se acabarían los problemas de suministro de agua en la ciudad. Sin embargo, seis meses después, la capital tolimense vive una de las peores crisis de desabastecimiento, principalmente en las comunas 7, 9, 11, 12 y 13.

Durante esta semana, vimos cómo la ciudad se llenó de caos, y con justa razón: miles de ibaguereños protestaron con el cierre de vías debido a que estuvieron sin agua por más de 7 días, una situación que no solo atenta contra la salud pública, sino también contra la vida y la dignidad de las personas.

Pese a que las obras del acueducto complementario ya culminaron, la expansión desorganizada de la ciudad impide que el problema del suministro de agua pueda ser resuelto a mediano plazo. A esto se suma la grave crisis que atraviesan los acueductos comunitarios, cuyo Índice de Riesgo de Calidad del Agua, IRCA, señala que el recurso hídrico que beben cerca de 80.000 ibaguereños no es apto para el consumo humano.

Sectores como la Arboleda Campestre todavía siguen sufriendo de sed a causa de la sequía. Además, gran parte de la población ha presentado problemas de salud a causa del consumo de agua no potable y contaminada proveniente de los cultivos de arroz presentes en la meseta de Ibagué. Miles de ciudadanos y ciudadanas siguen sin tener acceso a una vida digna.

Por supuesto, estos problemas se deben, en gran parte, a dos razones fundamentales: por un lado, a la ineficiente administración del recurso hídrico por parte del IBAL, pues aunque hoy se capta más agua, esta no se distribuye de una manera adecuada y abundan las fugas por toda la ciudad; y, por otro lado, a la falta de políticas públicas para proteger nuestras fuentes hídricas.

Tanto el río Cocora como el Combeima han sido víctimas del descuido institucional. No existen programas de la Alcaldía para evitar la contaminación de los afluentes a causa de prácticas como los cultivos contaminantes o la ganadería. Es más, en el caso del río Combeima, no existen estrategias para evitar que la comunidad que habita en la ribera arroje residuos tóxicos al afluente. Mucho menos hay controles al turismo desbordado que se presenta en el Cañón.

En otras palabras, es necesario que en Ibagué empecemos a pensar la organización de nuestro territorio en torno al agua. El crecimiento urbano debe ir de la mano de la disponibilidad hídrica, y el IBAL, más que un epicentro de la burocracia, debe convertirse en una empresa gestora de la vida, moderna y eficiente, capaz de afrontar los grandes retos que vienen de la mano del cambio climático.

En esta primera entrega de nuestra saga sobre los problemas que aquejan a nuestra ciudad, hacemos un llamado a las administraciones local y departamental para que prioricen el agua y la vida, por encima de sus propios intereses electorales. Ibagué ya no soporta tener sed.

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