Inés Pinzón

Opinión

Jesús: el influenciador que cambió la historia

Inés Pinzón

20 de abril de 2025
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Son muchas las personas que han podido cambiar o contribuir al cambio del mundo o al giro de su historia, generalmente han sido llamados gobernantes, es decir, que están presentes solo en marcos de relaciones de superioridad, donde ellos mandan y los demás obedecen; de suerte que, en este tipo de relación, es apenas natural que puedan maniobrar el curso de la historia.

En estos tiempos, la situación parece cambiar un poco y ahora quienes demarcan el rumbo, se denominan “influenciadores”. El observatorio de la palabra de la Real Academia de la Lengua Española, advierte: la voz influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales. Como alternativa en español, se recomienda el uso de influyente: cómo ser un influyente en redes sociales. También serían alternativas válidas influidor e influenciador.

Lo cierto, es que son personas con muchos seguidores o muy comprometidos con las redes sociales, que tienen una influencia considerable en industrias específicas, que presentan contenidos con autenticidad y empleando enfoques innovadores, parecen usar conocimientos especializados y se muestran con autoridad para influir en el público objetivo, que terminamos siendo todos, una gran masa que los sigue como se seguía en otros tiempos a los gobernantes.

Claro los gobernantes ya se dieron cuenta de esto y no en vano, en medio de la amplia historia que les acompaña, con astucia también les emplean para que el rebaño se acomode a sus ideas. El tema redundantemente no es nuevo ni novedoso, esto sucede hoy en día desde todos los sectores.

En medio de esta reflexión, no pude dejar de pensar que Jesús, sí, el mismísimo Jesús de Nazareth, nunca fungió como gobernante, ni pretendió serlo; pero cambió el rumbo de la historia, al punto que llevamos siglos enteros hablando de él, conservando el legado de su vida, muerte y resurrección, bien sea por fe, por amor o por costumbre. Se podría decir que la humanidad no ha conocido un mayor influenciador en su historia que Jesús.

Hace poco en medio de una conferencia denominada: “Detrás del juicio de Jesús desde el aspecto médico, jurídico y espiritual” en la Universidad de Anáhuac en México, quedé sorprendida con los datos científicamente recopilados. Del caso clínico de Jesús se sabe que murió a los 33 años de edad, era carpintero, se encontraba previamente sano, gozaba de una complexión delgada entre los 73-75 kilogramos, medía 1.83 metros aproximadamente, se cree que su grupo sanguíneo era AB+, de acuerdo a los análisis del Proyecto de Investigación del Sudario de Turín (STURP).

Su padecimiento duró aproximadamente 18 horas, desde las 9:00 de la noche del jueves, hasta las 3:00 de la tarde del viernes, la hora de su muerte. Como paciente sufrió múltiples agresiones físicas y mentales pensadas para causar una intensa agonía, debilitarlo y acelerar la muerte en la cruz.

Desde su arresto hasta el sitio donde seria crucificado caminó unos cuatro kilómetros. Después del arresto, durante la madrugada, llevaron a Jesús ante el Sanedrín y Caifás, el sumo sacerdote, es aquí donde le causaron el primer trauma físico, un soldado golpeó a Jesús en la cara, porque se quedó callado mientras Caifás lo interrogaba. Le escupían y lo abofeteaban.

De manera que, Jesús presentó un metabolismo acelerado y estado de deshidratación. Fue flagelado por dos hombres, a través de azotes en una posición de encorvadura, con un látigo corto que consistía en muchas correas pesadas de cuero, con dos bolas pequeñas de plomo, piedras o huesos, en las puntas de cada una. El látigo pesado fue lanzado con toda fuerza una y otra vez sobre los hombros, espalda y piernas de Jesús. Las bolas pequeñas de plomo, produjeron moretones grandes, que se abrieron con los golpes sucesivos. La piel de la espalda se colgó en forma de largas tiras, quedando expuesta y vulnerable a contaminantes, al punto de que en el área quedaron expuestos los músculos e incluso costillas.

Jesús perdería el conocimiento varias veces debido al dolor; además, sus verdugos conformaron un bulto pequeño de ramas flexibles cubiertas con espinas largas trenzada en forma de corona - capacete, se le fue incrustada en el cuero cabelludo. Los soldados tomaron el palo y le pegaron detrás de la cabeza, incrustándole más profundamente las espinas en el cuero cabelludo.

No conformes con el dolor físico ya producido, los últimos 700 metros de trayecto al fin de su vida, fue obligado a cargar una cruz que se calcula en un peso de 100 kilogramos, se cayó varias veces en el trayecto, raspando sus rodillas y presentándose una luxación de tobillo derecho, para al final ser clavado en el suelo, y al levantarlo todo el organismo sufrió una trepidación al entrar la Cruz en el agujero, los clavos en la muñeca presionaron sus nervios, y mientras Jesús se impulsa hacia arriba para evitar el dolor inmenso, pone su peso completo en el clavo de sus pies fue durante este tiempo cuando Jesús dijo las siete frases cortas que han quedado escritas:

La primera, mirando hacia abajo a los soldados romanos echando suerte por su capa sin costura: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

La segunda, al ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

La tercera, mirando al joven Juan, su apóstol amado: “He ahí a tu madre” y mirando a María, su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

El cuarto grito “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Las heridas en su espalda de hace 13 horas, se abren y laceran contra la madera de la cruz. Un dolor profundo e intenso en el pecho, cuando el pericardio se llena lentamente de líquido y comprime al corazón. Con el último aliento de fuerza, de nuevo presiona sus pies desgarrados contra el clavo, enderezando sus piernas. Jesús toma una respiración más profunda y emite su séptimo y último grito: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.

Para estar seguros de su muerte, clavaron una lanza en el quinto espacio intercostal y llegó hasta el pericardio, la envoltura externa del corazón. La lanzada era el golpe de gracia que servía para acelerar y atestiguar la muerte de un crucificado.

A juzgar por la historia, se ha catalogado médicamente 'el acto de amor más grande'. Un acto que seguramente pocos influenciadores en esta época estén dispuestos a realizar en nombre del amor por la humanidad. Sin embargo, en medio de todas opciones disponibles de influenciadores, bien conviene revisar cuántos están dispuestos a la prédica de la buena acción, del obrar correcto y del amor transformador, hoy sobran las voces de la violencia, la instigación y el lenguaje morboso.

Estamos cansados de la influencia negativa, la que llena a los más pequeños de asuntos banales en un mundo que no sólo ha perdido la capacidad de asombro, sino la capacidad de amar al otro. Requerimos con urgencia más jesuses, menos vividores facilistas de nuestros vacíos.

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