Hace unos días se hizo viral una tendencia en redes sociales que planteaba el éxodo que pudieran atravesar las profesiones tradicionales frente a la emergencia de otros proyectos de vida atractivos para las nuevas generaciones, tales como el sueño de llegar a ser influencer o gamer. Si bien es prematuro realizar alguna afirmación al respecto, lo cierto es que los cambios en nuestra sociedad globalizada hoy son tan acelerados que se hacen casi imperceptibles los paradigmas que se están consolidando, y como comunidad académica estamos llamados a analizar dichas transiciones y orientar nuestro quehacer para lograr, más que reformas coyunturales, transformaciones sociohumanísticas estructurales.
A lo largo de la historia, la educación ha sido una herramienta para la consolidación de nuevas estructuras sociales, siendo la Universidad una comunidad de estudiantes y profesores que buscan el saber, pero además pretenden ponerlo al servicio de la sociedad con un modelo en el que si bien se ha pretendido educar el espíritu, incentivar el ingenio y desarrollar ciencia y tecnología, ha afrontado la dependencia económica de los poderes estatales e industriales, los condicionamientos ideológicos y políticos, la endogamia academicista, la pérdida del interés del estudiantado, entre otros factores que conducen hacia una reconfiguración prioritaria de su quehacer; más aún, cuando la cuarta revolución industrial plantea una nueva transformación marcada por la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas, donde la ingeniería genética y las neurotecnologías llegarán a impactar en la seguridad geopolítica y los marcos éticos de la humanidad.
Es una realidad que la velocidad, alcance e impacto en los sistemas digitales que se han venido gestando a partir de dicha revolución, reconfiguraron las nociones espacio temporales, pues se acortaron las distancias y se aceleraron aún más los tiempos, lo que supone para la educación el desafío de reorientar rápidamente las metodologías de estudio, pues aun con todas las carencias tecnológicas, logísticas y de capacitación docente que aún persisten, en medio de la pandemia se demostró que era posible avanzar hacia la formación universitaria mediada por las TIC. No obstante, en este contexto se hicieron más evidentes las desigualdades sociales y brechas digitales con los correspondientes impactos psicológicos y socioemocionales que repercutieron en el aumento de la deserción, denotando el riesgo de que las tecnologías lejos de ser un facilitador para la garantía del derecho a la educación, constituyan un panorama donde formarse sea un privilegio.
En ese sentido, desde el sector educativo debemos preguntarnos qué vamos a hacer cuando las empresas logren crear redes inteligentes que podrán controlarse a sí mismas a lo largo de toda la cadena de valor o cómo vamos a adaptarnos al momento en el que los sistemas ciber físicos, que combinan maquinaria física y tangible con procesos digitales, sean capaces de tomar decisiones descentralizadas y de esta manera cooperar entre ellos y con los humanos mediante la Internet de las cosas. Si bien, estos avances tecnológicos como nanotecnologías, neurotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistemas de almacenamiento de energía, drones e impresoras 3D se presentan como la gran oportunidad de avanzar como sociedad, también son latentes muchos riesgos, como el hecho de que la cuarta revolución llegue a acabar con millones de puestos de trabajo.
Frente a estos contextos, la Universidad tendrá que ser líder y epicentro de reflexiones sobre la democratización de los avances tecnológicos, pues la historia nos ha demostrado que aquellos grandes avances científicos y tecnológicos que se han inventado sin considerar las ciencias humanas, han desembocado en una suerte de guerras, tragedias, pobreza, discriminación y nuevas formas de esclavismo, pero también se debe reconocer que la transformación sólo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse, por lo que los centros educativos deben ser visionarios frente al diseño de nuevos programas que formen a los futuros profesionales que van a ejercer el futuro del empleo, el cual estará hecho de trabajos que aún ni existen.
De esta manera, debemos repensar y reorientar el quehacer de la universidad, tanto para aprovechar las oportunidades que se han desplegado como para aportar en la búsqueda de soluciones a las problemáticas. Será obligatorio adoptar una innovación educativa que nos conduzca a la armonización de los componentes humanos con los entornos educativos digitales, para lo cual es prioritaria la modernización de modelos de enseñanza - aprendizaje, infraestructura física y tecnológica, así como el fomento de habilidades blandas y analíticas, y desde luego fortalecer el bienestar universitario, la inclusión y una agenda de desarrollos sostenibles.
En este nuevo modelo educativo para el futuro, el papel de los docentes tendrá que cambiar, pues la multiplicidad de fuentes de información ya relegaron su rol de autoridad central de conocimiento, por tanto se convertirá en un guía que oriente a los estudiantes por el camino de aprender a aprender y desaprender, con la obligación de actualizar su conocimiento permanentemente. La didáctica aplicada en clases tendrá que revolucionarse y dar un mayor protagonismo al juego, con el fin de promover la creatividad y alegría en un proceso continuo de aprendizaje.
En esa misma ruta, los currículos tendrán que flexibilizarse para poderse adaptar de manera dinámica a la velocidad con la que se produce nuevo conocimiento, pero además a las exigencias de los nuevos mercados laborales. En concordancia, las asignaturas ya no se deberán centrar en la memorización de información sino en los resultados de aprendizaje, o en otras palabras, en la resolución de problemas de manera transdisciplinaria.
De esa manera, será una prioridad fomentar un espíritu creativo, de liderazgo, gestión, agencia, emprendimiento y trabajo cooperativo acordes a los desarrollos propios, pues según el Banco Interamericano de Desarrollo, la crisis ocasionada por la tecnificación en la producción ha provocado una reevaluación de las cadenas de valor, lo que abre la posibilidad de profundizar la integración regional, mediante un enfoque de participación de abajo hacia arriba.
En conclusión, tendremos que asumir el desafío de trabajar por la consolidación de modelos pedagógicos globales, sin fronteras, con un sustento humanista y un enfoque territorial debidamente armonizado con la globalización, donde esté equilibrado el desarrollo técnico-tecnológico-científico y el socio humanístico, pues si bien se requerirá del desarrollo de habilidades y talentos que se ajusten a las dinámicas cambiantes del mercado laboral, tales como análisis de datos, programación digital, marketing digital, industrias artísticas y culturales, ingeniería de software, telecomunicaciones, mediaciones tecnológicas, entre otras, la universidad no se deberá desvincular nunca de su vocación de hacer más sensibles a las personas, de ser conciencia histórica, crítica y práctica para mejorar las condiciones de vida de la humanidad y la preservación del planeta.