Para que Ibagué ponga en marcha la transformación de fondo que requiere y pueda superar sus problemas más serios, como el abastecimiento y calidad del agua, movilidad y desempleo, entre otros, no solamente son necesarios tiempo, voluntad política, planeación y recursos; también es perentorio agitar entre sus habitantes la consciencia de la responsabilidad y las acciones ciudadanas.
La ciudad parece anestesiada. La crítica, uno de sus ejercicios predilectos, no supera las trincheras del café, las esquinas o las salas de casa. Si bien es cierto que los ibaguereños han visto fracturada su credibilidad en las instituciones, como una consecuencia de la politiquería, la corrupción y la ineptitud de sus gobernantes, también lo es que su resistencia, no solo debe ejercerse desde esas trincheras, sino, también, a través de acciones simples, individuales y colectivas.
Esas acciones tienen que ver con el ejercicio de la tolerancia, el respeto por el otro y sus ideas, con la solidaridad, con modelos de comportamiento ciudadano que hagan la vida en sociedad más amable, con procesos que incluyan a la cultura y la educación como escenarios desde donde es posible diseñar la Ibagué que necesitamos.
Pero en la construcción de ciudad sus líderes han mirado de soslayo a la cultura y la educación, piezas fundamentales en su diseño y desarrollo, dándole mayor importancia a otros renglones de la economía, como si el cemento tuviera la capacidad de maquillar las debilidades de una ciudad sin orden ni ley.
Ibagué está cerca a los cinco siglos de fundación y aún no superamos los problemas más básicos. Y aunque el tiempo no es garantía para hacerlo, las oportunidades desperdiciadas a lo largo del mismo pesan como un karma sobre nosotros, que vemos pasar indiferente los calendarios, como si no tuviéramos más remedio que esperar la muerte.
El esfuerzo debe ser enorme, la tarea así lo exige. Imposible ser inferiores a él. Construir una política pública en la que la cultura y la educación sean un eje transversal para el desarrollo económico y social de Ibagué es una necesidad imperiosa, en especial en una ciudad que se precia de tener una identidad cultural, particularmente arraigada en la música.
Cultura y educación, juntos, tienen la cualidad de ser un recurso importante en la formación de una consciencia crítica y responsable, aunque también los canallas leen y se comportan, según su conveniencia, educadamente en sociedad. Pero también contienen las herramientas para hacer mejores seres humanos, es una cuestión de decisión.
Los insumos más importantes están. Existen. Han sido cultivados a lo largo de años, y bajo circunstancias no siempre favorables, por diversos actores culturales, que claman ser incluidos y participar del desarrollo humano de la ciudad y no seguir siendo excluidos de las decisiones que intentan incidir en el bienestar de los ibaguereños.
Los procesos que intentan transformar sociedades requieren tiempo e individuos con habitantes en el segundo piso que tengan la capacidad de saber escuchar, analizar los posibles escenarios y tomar las decisiones correctas. Los Nuevos al parecer las tienen, la pregunta es si lo harán.