Everardo Vallejo, el último barbero de Ibagué
Cuando Everardo decidió dedicar su vida al oficio de la barbería, Ibagué apenas empezaba a parecerse a una ciudad. Hace cuarenta y cinco años, la capital del Tolima era un lugar perdido entre las montañas, donde los vehículos ni siquiera contaban con avenidas para transitar.
La Barbería Europa, ubicada justo al lado de la Catedral Inmaculada Concepción, ha sido testigo del crecimiento desbordado que ha convertido a Ibagué en una urbe moderna. Ubicado en frente de la plaza de Bolívar, este negocio es un lugar perdido en el tiempo que se hunde en el predominio de la remembranza. Lo cierto es que tanto Everardo como la barbería guardan remotos recuerdos acerca de la sociedad ibaguereña.
Al negocio han asistido desde gobernadores hasta alcaldes, pasando por miembros del clero y de la justicia: «Es que antes era común venir a la barbería antes de ir a misa», recuerda Everardo.
El inicio del barbero o la ciudad naciente
Everardo Vallejo recuerda a sus setenta y cinco años la primera vez que llegó a Ibagué. Nacido en Santuario, Risaralda, este hombre que es realmente una leyenda de la barbería local, siente un profundo agradecimiento por la ciudad donde hizo su vida. Recuerda su juventud con cierta pesadumbre.
Este hombre afable que no descuida su barbería a pesar de ciertos quebrantos de salud, fue en sus primeros años un espíritu aventurero, impávido. Desde su infancia remota se sintió atraído por el oficio que ejerció durante casi cincuenta años. «Cuando era pequeño me encantaba. Yo pasaba por las barberías y sentía admiración por lo que allí se hacía. Porque en esa época los peluqueros mantenían muy bien vestidos: corbata, saco, mancorna. Ahí entendí que me gustaba esa elegancia y, sobre todo, el oficio», dice Everardo.
Llegó a Ibagué proveniente de Calarcá, un municipio que en ese entonces hacía parte del departamento de Caldas. Vino a visitar a una de sus tías y quedó maravillado con lo que era entonces Ibagué.
A partir de ahí, dedicó toda su juventud a aprender los secretos del oficio de barbero. «Por la época en que yo llegué, Ibagué tendría apenas doscientos mil habitantes; ni siquiera tenía avenidas. Todavía existía el Hospital San Rafael, que quedaba en la calle 11 con primera. Esto no era ciudad. La calle 10 era estrecha, casi no había por dónde caminar», recuerda el barbero.
Y es que solo hasta los años setenta Ibagué entró en un intenso cambio urbanístico. Según Everardo, ello se debió principalmente a la realización de los IX Juegos Deportivos Nacionales en 1970. A partir de entonces, «comenzó la gente a llegar a conocer la ciudad. Yo fui uno de los que se quedó. Fue ahí cuando se hicieron las primeras avenidas, el Estadio».
El oficio de barbero
Para la época de su llegada, Everardo recuerda que en Ibagué existían aproximadamente quince barberías. La gran mayoría eran prósperas debido a que gran parte de la población masculina de la ciudad acudía a ellas. Sin embargo, el contexto social de la época fue relegando estos sitios al lugar que las nuevas tendencias les tenían destinados, eso es, al olvido. «En los años setentas llegó la moda de los melenudos, de los hitles —The Beatles—.
En esa época, la gente no era mechuda, sino que se hacían peluquear bien bajito cada ocho o quince días. Pero debido a ello todo cambió, por eso se fueron acabando las barberías. Tanto en Bogotá como en Ibagué cerraron un cincuenta por ciento de los negocios», rememora Everardo. Para entonces, la Barbería Europa era una de las pocas sobrevivientes. Llevaba diez años abierta al público y pertenecía a Raúl Ómez, amigo y maestro de Everardo.
Si bien las barberías para entonces estaban amenazadas por la entrada inminente de la modernidad, Everardo se arriesgó a comprar el negocio que todavía hoy espera por feligreses y viandantes barbudos: «La compré en veinticinco mil pesos. Eso era mucha plata si tenemos en cuenta que un carro valía apenas tres mil quinientos pesos. Me demoré dos años pagándola: di ocho mil quinientos pesos de contado y el resto en letras, como se hacía en la época», dice Everardo.
A partir de entonces, la Barbería Europa se ha mantenido en pie. Ya son cuarenta y cinco años en los que Everardo la ha sostenido pese al ineludible paso del tiempo. Entrar a la barbería es encontrar vestigios de la Ibagué pasada. Las sillas donde se sientan los clientes nunca han sido cambiadas. Solo una de ellas es distinta, pues Everardo la compró en Armenia y dice que fue hecha en 1905: ciento diez años, pero permanece intacta.
Con la crema y nata
En una ocasión, un hombre distinguido de la ciudad llegó afanado a la barbería. Everardo, aunque lleno de trabajo, se apresuró en atenderlo en vista de la premura demostrada por el cliente. En ese entonces un corte costaba cuatro pesos, pero el hombre, agradecido, le dio cien pesos al barbero.
Se trataba de Plutarco Carvajal, el propietario del Hotel Lusitania, uno de los hoteles más antiguos de la ciudad y el primero en ofrecer un alto servicio a todos los ibaguereños: «Ha sido la propina más grande que me han dado en cuarenta y cinco años», afirma Everardo. Del mismo modo, el barbero recuerda con hilaridad a monseñor José Joaquín Flores Hernández, Arzobispo de Ibagué desde 1983 hasta 1993. El clérigo se destacó por su oposición a la violencia política y por su ineluctable deseo de mantener bien peluqueado: «A él lo recuerdo como uno de los mejores clientes que he tenido. Siempre fue cordial, culto. Cada que venía bendecía mi negocio».
Por la Barbería Europa han pasado grandes personalidades políticas como el exalcalde (1967-1968 y 1990-1992) y exgobernador (1995-1997) Francisco Peñaloza. Según recuerda Everardo, «Peñaloza fue el que le dio la vida a Ibagué. Ningún alcalde hizo por la ciudad lo que hizo él. Jamás».
Sobrevivir al tiempo
No se trata de un anacronismo. La Barbería Europa sigue vigente, pues día a día sigue recibiendo los clientes necesarios para subsistir. Mientras Everardo habla, dos hombres ingresan al local en busca del servicio. Mantener el negocio vivo es cuestión de todos los días. No hay otro secreto para el éxito que la cordialidad con los clientes.
«La clave es una buena atención. También deben cumplirse los horarios, porque los clientes deben programarse para venir», dice Everardo. Y es que la barbería está abierta todos los días desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche: así ha sido desde siempre. Algunos años antes, la mejor época para la barbería era diciembre. También durante la Semana Santa y las fiestas de junio eran demasiados los clientes que llegaban en busca de un corte.
Hoy en día ya no existen temporadas altas, pero a lo largo de los años el negocio sigue siendo rentable. Lo cierto es que Everardo se resiste al olvido. A él lo acompañan tres barberos, dos de ellos hace más de veinte años. «Son como mis segundos hijos», dice con sorna. Sin embargo, él no tuvo que enseñarles el oficio, pues por el bien de sus clientes nunca ha aceptado a barberos inexpertos, desapasionados. Para trabajar en la Barbería Europa es indispensable amar el oficio.