Los colombianos hemos escuchado reiteradamente la alusión que hace el candidato Rodolfo Hernández al imperativo categórico kantiano; sin embargo, cuando trata de explicar en qué consiste este principio, sus argumentos no corresponden a lo que enseña el que es considerado como el aporte más importante de la filosofía moderna al pensamiento moral, político y jurídico del mundo occidental. Creo que, como en muchas de las cosas que se le han venido conociendo, el candidato sabe muy bien lo que hace, pero no lo que dice.
Immanuel Kant, después de un largo y profundo estudio sobre el conocimiento, encontró que el comportamiento humano no se puede juzgar de la misma manera que el conocimiento científico; que mientras este se ocupa exclusivamente del entendimiento de fenómenos de la naturaleza, es decir de acontecimientos sobre los que el ser humano sólo puede saber cómo son, el comportamiento, además de estar mediado por la naturaleza, también está determinado por la razón. Es lo que este filósofo llama razón práctica, por oposición a la razón especulativa que se ocupa del puro conocimiento y no de la acción.
La razón práctica es la facultad que tiene la razón misma de determinar el comportamiento de tal manera que los seres humanos, a diferencia de los animales, no sólo actúen por el impulso de sus apetitos e inclinaciones, sino por ideas, es decir por principios que son producto del pensar puro, ajenos a las fuerzas de su naturaleza. Ese mundo de las ideas, opuesto pero complementario del mundo de los sentidos, es el que tiene la capacidad de juzgar lo que está bien y lo que está mal, tanto para el ser humano en su individualidad como para la sociedad en general, es decir para la humanidad. Lo ideal sería que el ser humano, sin desconocer ni contrariar las leyes de la naturaleza, organizara su vida con base en los principios que la razón le proporciona.
Para saber cuáles son los principios que deben guiar los actos humanos, Kant encontró una fórmula que tiene dos características: es imperativa y categórica. Es imperativa porque debe tomarse como obligatoria, como un mandato que todo ser libre recibe de su conciencia o razón, sin influencias de las inclinaciones naturales, las cuales, insisto, se deben respetar pero no al punto de afectar la capacidad pura de razonar; y es categórica porque no es hipotética, es decir no depende de interés o beneficio alguno de quien indaga sobre su actuar correcto. Esa fórmula Kan la expresa de muchas maneras, pero básicamente existe una que condensa las demás y dice: “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal”. Es lo que se conoce como el imperativo categórico.
De esta ley universal el propio Kant concluyó algunas máximas que considera eternas y universales como: Mentir está mal, adquirir compromisos que no se piense cumplir está mal y utilizar a los demás solamente como medio está mal. En ese sentido, si el ingeniero Hernández dijera que sus principios de no robar, no mentir y no traicionar, los cuales enseña como mandatos que debe cumplir el futuro presidente, no habría duda de que está aplicando el imperativo categórico kantiano; pero si insiste en decir, como lo ha dicho en reiteradas ocasiones, que el imperativo es “una emoción que siente la gente cuando hay alguien que tiene la personalidad y la valentía de enfrentar a estos políticos que nos han robado hasta los tuétanos”, está equivocado.
En conclusión, si el candidato Rodolfo Hernández tiene como principios no robar, no mentir y no traicionar, su principio moral sería el imperativo categórico, pero, que no insista en afirmar que el imperativo categórico es una emoción de la gente. En todo caso, el error no estaría en el pensamiento ni en la acción sino en la argumentación y, al fin y al cabo, para ser buen gobernante lo que se necesita es pensar bien y actuar bien, la argumentación sería lo de menos, pero si no se tiene cuidado con ella, especialmente en campaña, podría privarse la sociedad de líderes buenos y abrir el paso a los expertos en retórica para quienes lo importante es convencer y les vale cinco la moral. Por eso, ingeniero, por favor no asista a debates.