Alimentación a base de grasas sanas sería una terapia efectiva para el tratamiento contra la epilepsia
Expertos de la Universidad Nacional han determinado que la terapia cetogénica, que tiene como base la alimentación alta en grasas, adecuada en proteínas y baja en carbohidratos, funciona para el tratamiento de la epilepsia en población pediátrica y para otras enfermedades como el cáncer.
La nutricionista y dietista Paola Andrea Valencia Bedoya, especialista en Nutrición Pediátrica, explica que se llama “cetogénica” porque fabrica cetonas en el cuerpo cuando este usa las grasas para obtener energía. Al sustituir en la dieta los hidratos de carbono por las grasas, el cuerpo quema más grasas y fabrica más cetonas.
La especialista señala que esta terapia es integral y, más que una dieta, es un cambio de vida para el paciente; además, en enfermedades como el cáncer, se resume en alimentar a las células sanas y “debilitar o matar de hambre” a las enfermas.
Esto es posible porque las células sanas pueden obtener la mayor parte de la energía que necesitan de las “cetonas”, “cuerpos cetónicos” o “ácidos cetónicos”, moléculas que el hígado elabora a partir de las grasas.
“La terapia proporciona suficiente desarrollo y mantenimiento de tejidos, pero cantidades insuficientes de carbohidratos para cubrir las necesidades metabólicas, que representan menos del 10 % de la energía consumida. Por lo tanto, la energía se deriva especialmente de la grasa suministrada en la dieta”.
El tratamiento se recomienda en niños con epilepsia refractaria, es decir cuando las crisis son tan frecuentes que limitan su habilidad para vivir plenamente acorde con sus deseos y su capacidad mental y física, o cuando los medicamentos anticonvulsivantes no controlan las crisis, o sus efectos secundarios son limitantes para un desarrollo normal del paciente.
Según la experta, “varios estudios han demostrado que alrededor del 50 % de los pacientes disminuirá a un 50 % el número de convulsiones, y cerca de un tercio del total disminuirá un 90 % su número de crisis”.
“Se trata de una alternativa al tratamiento farmacológico, que en ocasiones tiene efectos adversos y afecta la tolerancia, el cumplimiento y el mantenimiento a largo plazo del tratamiento antiepiléptico”.
Asegura además que “se han referido cambios como un mejor nivel de alerta, atención, lenguaje y funciones sociales. Estos efectos neuropsicológicos positivos tienen un origen multimodal y se relacionan con disminución de las crisis, descenso del número o dosis de los fármacos antiepilépticos concomitantes, y con un posible efecto positivo neuroprotector de la propia dieta cetogénica”.
La dieta cetogénica es diferente para cada niño, según factores como la edad y el peso, la dieta de la familia (por ejemplo, kosher, halal, vegetariana, orgánica) y la receta para la dieta (por ejemplo, una combinación específica de grasas, proteínas y carbohidratos pesados). También es importante aclarar que no se puede aplicar en condiciones de desnutrición moderada o grave.
“Para elaborar la dieta se debe calcular de manera particular la cantidad de calorías, líquidos y alimentos a administrar, y, si es necesario, establecer suplementos según el paciente y su condición. Nuestro papel como nutricionistas, es poner los mejores alimentos en la dieta, para que la alimentación que se administre sea saludable y cause tampoco un cuadro de desnutrición”, señala la experta.
“El objetivo es crear un estado de cetosis nutricional imitando las condiciones metabólicas ocurridas durante el ayuno, cuando el organismo deja de utilizar glucosa como principal combustible para usar cuerpos cetónicos producidos a partir del metabolismo de las grasas. Lo que hacemos es cambiarle el chip al organismo y decirle que ya no nos vamos a alimentar a base de azucares”, subraya la doctora.
La terapia se puede aplicar en cualquier edad, ya que no es tan restrictiva, y debe tener un acompañamiento especial de los profesionales de la salud. “En adultos tenemos que hacer un control al inicio de la dieta y después cada 3 meses durante el primer año, mientras que en menores de 2 años, y especialmente en los lactantes, es recomendable hacer un seguimiento más estrecho, cada mes”.
Por las altas cargas de grasa, uno de los efectos secundarios en los pacientes, es que se pueden presentar vómito, diarrea o hipoglicemia. “Esta terapia se realiza por un tiempo mínimo de tres meses, a los dos años hay un 50 % de disminución de las crisis y hay que evaluar si se puede sostener hasta dos años”.
El tratamiento se puede aplicar en enfermedades metabólicas, en el trastorno de espectro autista, en enfermedades neourodegenerativas (afectan el sistema nervioso), en la obesidad y en las células cancerosas, donde la mayor parte de la energía proviene de la glucosa.
Por último, la experta recalca en la importancia del rol protagónico de los nutricionistas en estas terapias, ya que son intervenciones específicas, alejadas de las pautas de alimentación saludable y de los patrones socioculturales de la población.