Una pasión compartida: así nació una familia alrededor del ‘Club de Renaults 4’ en Ibagué
Popular y guerrero. Si hay un símbolo más colombiano que el café, el niño Jesús o el sombrero ‘vueltiao’, ese es el Renault 4.
Aunque no es un animal de nuestra fauna, se le ha oído rugir en cada rincón de Colombia durante sus 50 años de existencia y, por supuesto, también en Ibagué, donde hoy un grupo de aficionados los conserva intactos.
Este es el relato de cómo cambiaron las vidas de unos completos desconocidos alrededor una pasión en común: la 'renoleta', el 'pichirilo' o el francés más colombiano de nuestra historia.
“El grupo nació hace unos seis años. ‘Cultura R4 Ibagué’ se llama. Comenzamos con tres amigos y lentamente aparecieron otros gomosos como nosotros, que prendían las luces y le pitaban a uno en la vía”, dijo Carlos Humberto Olaya, miembro del grupo y quien en su vida ha comprado ocho Renaults 4.
“Con dos de esas máquinas recorrí más de medio millón de kilómetros viajando por todo Colombia. El que tengo, del año 90', sigue funcionando a la perfección”, agregó.
Carlos indicó que esta pasión compartida se debe, quizás, a una nostalgia por el pasado que los ha unido más que a cualquier familia o amistad. Y por eso, programan reuniones mensualmente para departir alrededor de sus vehículos, además de planear uno que otro viaje por el país.
“Más allá de ser propietarios, somos grandes amigos. Hemos hecho paseos a Líbano, Murillo, Mariquita. Hemos ido a Pereira. En el grupo hay abogados, médicos, comerciantes. Algunos tienen dos o tres carros, algunos de alta gama, pero esos no son el centro de la atención, sino los Renaults”, manifestó.
Y claro, detrás de ese amor, hay un par de historias que provocan al menos una sonrisa o el asombro, pero jamás la indiferencia.
“Uno de los miembros del grupo se fue hasta Argentina en su renoleta. Al principio estaba dudoso. Eso va y vuelve sobrado, le dije. Luego nos contó que lo llevaron a canales de televisión, que el colombiano que vino en Renault desde la parte alta de Sudamérica”, explicó Carlos.
“Otro de los miembros que se sumó nos vio en una exposición en Multicentro y saltó de la emoción porque había encontrado otro grupo de gomosos como él”, relató.
Y aunque parece un mercado extinto, las ofertas de compra van y vienen de la mano de los mejores postores.
“Desde que lo tenga organizadito, en una semana hay tres personas que le preguntan a uno: ¿está en venta? Uno de los miembros compró uno así y le dijo al entonces propietario cuánto cobraba por él”, narró.
Y agregó: “No lo vendo a no ser que me dé $15 millones, le respondió. Y sí se los dio”.
Carlos entonces explicó, con la devoción de un profesor, que todos los aficionados y poseedores de un R4 tienen que elegir uno de dos caminos. Uno es la conservación exacta, tal cual fue fabricado el vehículo. El otro es lo opuesto: modificarlo a su antojo.
“Si me preguntan, lo ideal es tener dos. Uno original y otro modificado. Así tengo varios amigos. Hay una persona en el grupo y su carro cuesta más de $20 millones por todos los aditamentos que tiene. Posee un techo especial de lona traída desde Francia. Unos rines especiales y costosos. Tiene cosas así, fuera de serie”, sostuvo.
Además de lo práctico e innovador que resultó para la clase media colombiana, allá en el 70’, tener un vehículo de cinco puertas que podía convertirse en una pequeña camioneta, y además de lo económico del combustible y los repuestos, Carlos explicó que quizá hay otra razón detrás de esa idolatría por la renoleta.
“Nos volvemos adultos y viejos, pero no dejamos de ser niños. Un vehículo de esos es un juguete para uno, y quizás el más preciado”, sentenció.
Por eso, porque no sale de sus corazones, hay Renault 4 para largo rato.