En el mundo ideal no suelen existir errores, por tanto, en los mundos ideales no hay lugar a segundas oportunidades ya que las primeras salen bien. Sin embargo, en el mundo de los mortales, todos hemos dado o hemos sido la segunda oportunidad de alguien.
Para los sistemas de justicia la lógica aplica de modo parecido: en el ideal no gusta la delincuencia y menos los delincuentes, de modo que compartimos -quizá en abierta mayoría- que quienes
cometen actuaciones fuera de la ley, merecen un castigo; sin embargo, en la vida real, sucede que hay ciertos tipos de rebeldía violenta que son tremendamente seductores, que son justificados bajo cientos de argumentos, lo que resumo en el lenguaje de algunos de mis estudiantes jóvenes: “profe, es que los rebeldes gustan mucho”.
El caso de Daneidy Barrera, más conocida como Epa Colombia, una joven influenciadora que en 2019, en el marco de las protestas en Bogotá, arremetió violentamente contra una estación de Transmilenio, destruyendo bienes de uso público, y que esta semana fue condenada a 63 meses de prisión y una multa de aproximadamente $472 millones.
Este es quizá el mejor ejemplo de cómo el sistema de justicia colombiano busca cumplir el fin de la pena de prevención general, con el propósito de que las personas tengan miedo a infringir la norma por la sanción a la que se puedan ver sometidos, pero no parece considerar de modo especial la importancia del cambio y resocialización experimentada por quien ha cometido un ilícito.
No obstante, en la vida práctica los ciudadanos pensamos con un poco de mayor humanidad, esa que indica que si una persona se arrepiente y es capaz de volver a una vida en comunidad y puede remediar los errores que cometió, entonces vale la pena. Es decir, los ciudadanos creemos en la necesidad de la pena como un modo de necesidad final, solo en la medida en que esta sea absolutamente necesaria es advertida como justa, por eso, en el caso de Daneidy, algunos nos planteamos la necesidad de la pena en términos de razonabilidad y proporcionalidad.
Realmente no se trata de si hay confianza sino de esperanza, entendida como la expectativa de que una persona como Epa Colombia no volverá a cometer el mismo error, y que el camino de resocialización, que comenzó al aceptar su culpa, ha contribuido en un proceso de conversión en el que ha impactado de manera positiva la vida de otros.
Daneidy pide una segunda oportunidad, una en la que acepta la culpa, en la que pagará lo dañado y en la que desde ya se advierte su resocialización exitosa, pero una en la que no deba verse enfrentada a la privación de la libertad en establecimiento carcelario.
Epa pide una segunda oportunidad, como la que el sistema de justicia le concedió en 2012 a una reconocida exreina y actriz, a la que declaró inocente de los delitos de peculado por apropiación y falsedad en documento privado en modo tentativa, porque su novio la convenció de firmar unos documentos con los que aseguraban de manera irregular recursos del Estado en el proyecto Agro Ingreso Seguro, por valor superior a los $300 millones, los que no alcanzó a recibir porque el escándalo la alertó.
De manera que, la justicia no se trata solamente del modo en que se distribuyen las cosas en lo cotidiano, sino también del modo en que valoramos lo que se distribuye y cómo esta cobija de un modo idéntico a hombres y mujeres que no siempre están en iguales condiciones sociales, educativas, económicas u otras.
En ese orden, debe seguirse entendiendo que quienes cometen un delito deben someterse a la sanción, pero esta debe atender criterios que la sociedad valore como importantes. Como en toda segunda oportunidad siempre existirá el riesgo a que sea una segunda equivocación, pero mejor tomarlo que condenar con gran peso a quien esperanzadoramente a lo mejor sí
puede cambiar y mejorar.