El tema de la religiosidad es uno discutido por muchos y negado por otros. Aunque a algunos les gusta hablar abiertamente, otros prefieren evadirlo. Acá intentaré explicar por qué es mejor mantenerlo en la intimidad.
La religión como la política suelen ir de la mano, en ambos casos hay escenarios para esto, es decir, momentos en donde se debe hablar y otros en donde es mejor callar. Desde pequeña solía acompañar a mis padres y abuelos a todas las celebraciones religiosas en época de Semana Santa. Al principio hacía esto más por obligación que por convicción, con el tiempo, esa costumbre se fue quedando impregnada en mi personalidad.
Hoy en día celebro la Semana Santa con fervor, con mucha fe, incluso en tiempos de no pandemia no me perdía ningún acto religioso presencial. Hoy lo hago de manera virtual, sin embargo, no por esto pretendo que todo el mundo haga lo mismo.
Para un tanto de la población esta semana es simplemente un descanso, es como una semana de vacaciones, entonces me pregunto si realmente estos festivos deberían existir o lo mejor podría ser que cada uno llevara en su intimidad la celebración, obviamente sacando sus espacios para orar, meditar y tener ese encuentro de reflexión que a los católicos de alguna manera nos exige la “Semana Mayor”, pero no saliendo a “vacaciones”, y tal vez, esto resulte impopular. Pero miremos más a fondo qué pasa con la Semana Santa.
Podría pensarse que esta semana es algo positivo para el turismo, para que aquellas poblaciones cargadas de encantos y ferias atraigan a personas de diversos rincones del país. Diría uno que es una buena semana para la economía, sin embargo, traigo a colación un artículo publicado por el diario Portafolio en abril del 2019 (antes de la pandemia) titulado “Así afecta la semana santa la productividad del país”. Allí extensamente exponía el autor cómo durante la celebración religiosa había un menor ritmo productivo en la industria que cuenta con menos días hábiles de trabajo para esta semana.
En este punto la Semana Santa, según estadísticas del propio DANE, no le favorece al crecimiento económico del país, la razón es que “en el mes en el que cae la celebración religiosa son menos los días hábiles y la mayoría de las empresas deciden descansar la semana completa”.
Tener o no Semana Santa está lejos de convertirse en una decisión que un país como Colombia pueda escoger, sin embargo, si se revisan cifras, la verdad es que la Semana Mayor es altamente improductiva; pero viendo el lado positivo, si cada uno utilizara la Semana Santa en su intimidad para orar y meditar la situación de nuestro país sería otra, le bajaríamos a la agresividad, estaríamos más cerca de Dios y a nuestra misma espiritualidad como cada uno la quisiera llevar.