En la medida que crece la polarización en nuestro país se vuelve urgente reflexionar sobre las instituciones como una medida de confianza. Diríamos que un país es tanto más institucionalizado en tanto más confianza les generan las instituciones a los ciudadanos. En un mundo donde la crispación política aumenta y las contiendas políticas generan profundas contradicciones, quienes pretendamos mantener el sistema democrático, debemos procurar aumentar la confianza en las instituciones y cuidar las que existen.
Los difíciles resultados de la elección de los EE.UU. nos plantean preguntas fundamentales sobre los sistemas electorales. El vecino del norte tiene sistemas electorales independientes en cada uno de los estados; algunos prueban eficiencia y eficacia y los resultados no generan incertidumbre. Por el contrario, en sistemas, en apariencia muy benéficos para los votantes, las dudas sobresalen. El voto por correo genera hoy múltiples disputas; primero por la concentración de votos a favor de un candidato (aunque sea fácil explicarlo para los expertos). Además las dificultades en su conteo por el hecho de que se debe vigilar que el voto corresponda al que el ciudadano recibió por correo y que en consecuencia dilata conocer el resultado final solo acrecienta el sentimiento de vacilación. A esto se le suma el tema de los registros de electores, sobretodo cuando el registro previo no era necesario en algunos estados.
La confianza en que los resultados reflejan de manera fidedigna la expresión de los ciudadanos es fundamental para que todos aceptemos los resultados y se pueda gobernar. La falta de tranquilidad en el proceso electoral es una herida dramática para la democracia. Gobernar es difícil. Supone tomar decisiones que no serán aceptadas por todos, emprender rutas de cambio que generan resistencia. La inconformidad con las decisiones del gobierno se resiste por el acuerdo previo de respetar el resultado electoral; de ello depende la estabilidad de la permanencia en el poder. En momentos de dificultades; la susceptibilidad del sistema electoral cobra relevancia. Los opositores pretenden desconocer la legitimidad de la elección, sabotean al gobierno y acrecientan la polarización. Entonces el gobernante en vez de gobernar, debe dedicarse a defender su permanencia en el cargo.
En este contexto es difícil de comprender el deseo de implantar el voto electrónico en Colombia, así como la figura del voto no presencial e incluso el voto anticipado. No pretendo decir que la tecnología sea mala, simplemente que las experiencias vividas en Venezuela con el voto electrónico ya generan dudas para muchos sectores en Colombia. ¿Para qué necesitamos el voto electrónico? Los colombianos tenemos confianza en el sistema electoral, los resultados se conocen rápidamente.
Nos hablan de los votos nulos que son entre 1 y 1,5 millones, para ellos podría pensarse en otro sistema sin lesionar lo que ya funciona adecuadamente. Sobre el voto por correo electrónico, no presencial, los expertos internacionales dicen que no existe la tecnología para dar absoluta seguridad sobre el voto. Sobre el voto anticipado muchos se preguntan si no es volver a esos tiempos donde mantener una urna en manos de un ciudadano durante tanto tiempo da el tiempo de fraguar el fraude. ¿Quién vigila a los notarios y sus funcionarios? ¿Dónde pasa la noche la urna? ¿Quién la custodia?
Mi opinión es que no estamos en tiempos de implantar cambios drásticos en el sistema electoral. Los defectos que tiene el sistema actual deben ser resueltos puntualmente y no con cambios abruptos que generen dudas y agraven la polarización.