La historia del ibaguereño que tocó en el Madison Square Garden en los años 70
Jairo Eliécer Villanueva Arias nació el 6 de mayo de 1946 en Ibagué. Su padre tenía una ‘flotilla’ de taxis y fue de los primeros socios que tuvo Velotax. Su madre, era ama de casa y él era el mayor de ocho hermanos.
Su inspiración para comenzar en la música fue el maestro Enrique Buenaventura a quien conoció cuando era pequeño en el corregimiento de Chicoral, de donde era originaria su familia.
Desde pequeño fue un músico autodidacta, construyó su primera batería con ollas y tapas. También, diseñó su propio piano sobre una tabla de madera e incluso, su primer timbal lo elaboró con ollas de cocina.
En 1967, su padre lo llevó a estudiar a la escuela militar para que no fuera músico porque tenía la idea de que los músicos eran de la calle, y él no quería eso para su hijo. Lo matriculó en la escuela de cadetes José María Córdova en Bogotá, sin decirle nada, y regresó a Ibagué con toda la indumentaria y le dijo: “tome, camine pa’ la escuela militar”, sin pedirle consentimiento, con el fin de que dejara la música.
Por el contrario, su madre siempre lo apoyó en las decisiones que él quisiera tomar para su vida.
Una vez estando en la escuela militar comenzó su carrera musical. En cada reunión que tenían los superiores él amenizaba el ambiente con su música y cuando a todos los ponían a ‘voltear’, su volteo era agarrar sus ‘corotos’ e ir a tocar.
El deseo de su padre siempre fue que él llegara a Ibagué, vestido con su traje de militar, y recorriera toda la carrera Tercera con él. Y él llegaba a la casa, se quitaba el traje, volvía a coger sus baquetas y se iba con sus amigos a tocar música.
Una de sus más grandes cualidades era ser una persona que no hacia cosas en contra de su voluntad, era caracterizado por sus valores y sus principios, por ello abandonó la escuela militar para perseguir su pasión: la música.
A sus 22 años, formó los “Silver Jazz”, con los que trabajó en Bogotá en un grill que se llamaba “La Salamandra de Oro”, que era un sitio muy importante del norte.
Luego, constituyó la orquesta “Onda Panamericana” en los años 70 y fue un referente muy importante para la música porque en ese tiempo estaban de moda Fruko y sus tesos, Los Hispanos, entre otras orquestas. El nombre de “Onda Panamericana” se dio porque la intención de don Jairo con la orquesta, era llevar su música por toda Latinoamérica.
Con ella empezó una gira que le permitió viajar por varios países, y grabar sus temas musicales. La Onda Panamericana fue de las primeras bandas tolimenses en grabar un disco.
A sus 35 años, llegó a Ecuador con su esposa y sus cuatro hijos. En ese momento, decidió quedarse en el país. Tocó en varios grupos y llevó su talento a cada rincón de las provincias.
Allí, se encontró de frente con su otra pasión, la cocina. Conoció a Enrique Tarré, un español experto en cocina, que trabajó en hoteles cinco estrellas. Llegó a don Jairo y a su esposa, doña Lucila, cuando estos tenían un negocio de arepas en Santo Domingo de los Colorados, una provincia de Ecuador.
Les vendió algunas recetas de cocina y al simpatizar con el tolimense, les regaló un libro de cocina internacional. Y, con receta en mano, aprendió a cocinar un pernil de cordero con el que cautivó muchos paladares. Para fechas especiales, llenaba la mesa con platos exquisitos para su familia.
En Ecuador también aprendió el arte de hacer arepas, a través de la enseñanza de un amigo venezolano.
Cuando sintió que la “tierra lo llamaba”, regresó a Ibagué y montó su puesto de arepas en la 42. En un inicio se llamó “Arepas con todo de la 42”, y, con el voz a voz de sus clientes, su negocio fue conocido como “Las arepas de la 42”.
Tiempo después, se le presentó la oportunidad de viajar a Estados Unidos y se relacionó con diferentes exponentes de la salsa en ese entonces como lo son: La Fania, Tito Puente, Tito Rojas, Celia Cruz, entre otros. Allí también empezó a agudizar su gusto por el jazz.
En 1987, volvió de Estados Unidos influenciado por la corriente del jazz que se vivía en Nueva York para ese entonces. Mientras que, en Ibagué, se tocaban bambucos y música tradicional.
En ese momento, tuvo un encuentro fortuito con Toño Arnedo, quien era un jazzista muy importante del país en el teatro Tolima. Hablando, coincidieron en su amor por el jazz, y se plantearon hacer un festival de Jazz en las calles de la ciudad.
Un año después de este encuentro, en el puesto de las Arepas de la 42, se hacían “Los jueves del Jazz”, era algo novedoso para Ibagué. En este tocaba el grupo “Óleo”, conformado por músicos virtuosos, estudiantes de música y otros músicos con experiencia.
Luego, en la casa de la 37 montó un café bar en el que se vendían arepas al ritmo del Jazz y el rock. A este lugar, iban las bandas de Ibagué que no tenían un escenario para mostrar su música. Allí, tenían un espacio totalmente gratuito, con instrumentos y amplificadores. Sin discriminación alguna, don Jairo admitía bandas de todo tipo de género en su bar, brindándoles la oportunidad de enseñar su música. Lo que lo convirtió en un influyente y referente directo del rock, el jazz, la salsa y el merengue.
También se convirtió en un ‘amigo del pueblo’. Mientras sus clientes iban a comer arepas, en los días en los que jugaba el Deportes Tolima, se comentaban los partidos. Asimismo, siempre fue un hincha fiel de la selección. Se reunía con algunos profesores de la Universidad del Tolima e iban al estadio a apoyar con pasión a su equipo del alma.
Don Jairo es recordado por su familia como un hombre amoroso, intachable, noble, dedicado y jocoso. Todos sus hijos fueron criados con comprensión y respeto por sus preferencias. Para su esposa él fue, es y será siempre su esposo, novio, amigo y su todo.
Sus allegados y amigos lo rememoran como un hombre alegre, multifacético y, sobre todo, muy musical. A donde quiera que iba, llevaba consigo la música, ya fuera salsa, merengue, rock o jazz.
Todos sus aprendizajes, se convertían en enseñanza para los demás. Tuvo gran influencia en los músicos ibaguereños de la época a través del grupo Óleo, los Jueves del Jazz en la 42 y el bar de la 37, donde les dio a todos la oportunidad de proyectar su expresión en la música.
Este artista será siempre recordado como un músico que dejó una huella imborrable para la cultura musical de Ibagué.
Tocar salsa como los grandes
En su viaje a Nueva York, fue recomendado al grupo La Fania como un gran baterista y timbalero. Allí, en el Madison Square Garden, cuando el grupo comenzó a tocar, iban por un lado y don Jairo por el otro. Lo miraron, pararon el ensayo y 'le jalaron las orejas'. Allí le enseñaron cómo debía tocarse la salsa. Desde ese momento, aprendió cómo se tocaba con los grandes.
Un orgullo para su padre
Cuando abandonó la escuela militar, su padre dejó de ayudarlo económicamente y tuvo que empezar a trabajar. El concepto en el que lo tenía, era que él era un músico que se la pasaba tocando unos tarros. Y, 20 años después, inauguró un negocio en el centro de Ibagué e invitó a su familia para escucharlo tocar. Cuando su padre lo vio y lo escuchó tocar con tanta elegancia y pasión, se quedó sin palabras. Al terminar, lo abrazó, se llenó de orgullo y le dijo: “jamás me imaginé que esto era música”.
Neurosis en el bar de la 37
Llegó a Ibagué Neurosis, una banda de thrash metal y death metal liderada por Jorge Mackenzie. Por razones del destino se quedaron sin un espacio para hacer su show. Se fueron “desparchados” para el bar de la 37, y se dieron cuenta que había instrumentos sobre la tarima y se preguntaron si allí se podía tocar. Ese día armaron un gran concierto y fue una grata experiencia para todos los amantes del metal.