Un fantasma recorre la educación superior a nivel mundial, el fantasma de los cursos masivos a bajo costo. No se dejen engañar.
El COVID-19 ha dado para todo en temas de educación. Desde aquellos que agradecen tener a sus hijos más tiempo en casa y poder “vigilarlos” mientras interactúan con sus profesores y compañeros, hasta quienes no ven la hora de volverlos a dejar en el colegio bien temprano y esperarlos en la tarde cuando “hayan quemado toda esa energía”. En el caso de la educación superior, muchos ahora se preguntan si realmente es necesario estar en una universidad varios años para obtener un título y ser un desempleado titulado.
A partir de allí vienen los más intensos debates, no siempre bien informados, y con mucho emprendedor anunciando la última tecnología, que ahora sí, revolucionará el oscuro mundo de la educación superior. Pues bien, como dicen las abuelas “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. La escuela, el colegio y la universidad son escenarios que van mucho más allá de un campus. Responden a una larga historia de intensos debates, robustas investigaciones y no pocos conflictos políticos. No en vano Max Weber insistía en que la ciencia y la universidad debían evitar inmiscuirse en el gobierno y la política, en aras de blindarse contra lo propio en el sentido contrario.
La educación no es otra cosa que el aprendizaje diseñado, diría William Cope, y es también una disciplina que deber ir de la mano con el método científico, pero también con la filosofía, y por lo tanto con la lógica, esa que a tantos se les olvidó. Evidentemente hay cientos de plataformas que ofrecen cursos, talleres, “bootcamps” y cuanto nombre raro le quieran poner a un sistema que junta actividades, clases y lo que se les ocurra, con tal de enganchar a los millones de seres que quieren aprender (ya surgen hasta plataformas digitales para educar a las mascotas).
Sin embargo, el diseño del aprendizaje propio del preescolar, la primaria, la secundaria, el bachillerato y la universidad requiere muchos elementos adicionales que a lo mejor el amplio público desconoce. Recuerdo un profesor de filosofía que en el colegio retomaba aquella frase que denuncia la escuela como “un océano de conocimiento con un milímetro de profundidad”. Yo me burlaba y le decía que, si el océano fuera así de pandito, podríamos ir caminando a Nueva York a los mejores conciertos de Hip Hop.
Yo no recuerdo bien lo que aprendí en química en el bachillerato. Es más, el profesor, de español, que cuidaba el examen final cerró las cortinas y nos dejó sacar las notas de clase y aún así pasé raspando. La nomenclatura no era lo mío, pero tuve que estudiar, preguntar, angustiarme. En matemáticas todo iba bien hasta que aparecieron los libros de cálculo, que hoy lamento no haber leído con más atención. Así con todo.
En la universidad, hubo muchas materias que se repetían y cursé un semestre de más por no estar pendiente de las equivalencias propias de estudiar dos carreras al mismo tiempo. Aún así, tuve que compartir con cientos de compañeros de otros programas y fui monitor de otros cientos a los que les debía calificar sus ensayos de historia moderna de Europa. Esa experiencia no la ofrece ningún Coursera, donde igual sigo aprendiendo y procuro revisar los materiales de los temas que más me llaman la atención.
A los que sugieren que los títulos universitarios ya no serán necesarios, les digo con toda claridad: nunca lo han sido. Los buenos programas preparan a sus estudiantes para que sean egresados competentes, los malos solo se ocupan de titularlos, confundiendo la universidad con una litografía donde la impresión de un diploma se paga a cuotas, con la opción de ir a dormir a las aulas.
La universidad nos seguirá acompañando en adelante, aunque solo aquellas que asuman la innovación como punto de partida y la calidad académica como el camino sobrevivirán a esta y otras muchas disrupciones. Los cursos masivos, como los conciertos, son increíbles, ofrecen lindas experiencias y seguro algo se aprende; pero gritando la letra de “la tierra del olvido” de Carlos Vives no se aprende música, y un alemán saltando en la feria de Cali verá que no estaba bailando salsa, cuando sus amigos suban el video a tic toc.
Nota: quiero invitar a todas las personas que lean esta columna a hacer parte de la iniciativa “Libertank” (www.libertank.com), que busca promover las ideas de libertad económica en Colombia.