¿Dónde? En las economías familiares y en las empresariales, en todas partes, y, al mismo tiempo, crear más empleo, crear más empleo y crear más empleo, estable y bien remunerado.
Por una actitud democrática frente a la vida y porque el capital, pequeño, mediano y grande, si no pasa por las manos del trabajo, del simple y del complejo, no crece, exceptuando lo invertido en distintas formas de corrupción y especulación, en las que unos pocos se embolsillan la riqueza que crea la inversión y el trabajo de muchos.
De otra parte y como he venido insistiendo, en la base de todas las lacras de Colombia –sin faltar ninguna– está que se produce muy poca riqueza por habitante: escasos 6.400 dólares al año, poquísimos 553 al mes, en tanto los países capitalistas exitosos contabilizan de 30 mil para arriba –40, 50, 60 mil y más–, cifras, las de aquí, que se hallan en la base del desempleo y el rebusque, dolorosas fallas nacionales.
Hay que aumentar el empleo decente y el ingreso y disminuir la desigualdad social en Colombia, de las peores del mundo, primero, por obvias consideraciones sociales y políticas. Pero también porque el desempleo y el rebusque no crean riqueza o crean muy poca y porque la pobreza, por su escasa capacidad de compra, no estimula la producción y el trabajo.
Dejo constancia de que estas son verdades del primer curso de economía, solo que los gobernantes del país nunca han sido coherentes con ellas. Cero concesiones entonces al extremismo neoliberal, que en los hechos se opone a que la gente acceda a mejores empleos e ingresos, para concentrar la riqueza hasta el absurdo en cada vez menos manos, entrabando incluso el propio crecimiento económico.
Ningún país puede desarrollar en serio su economía sin ampliar y vigorizar su mercado interno. ¡Si no, que muestren uno!
¿Crear riqueza y empleo en qué sectores y con quiénes? En general, en todos y con todos y sin que por ningún motivo falten el agro y la industria. En el agro pueden convivir la producción campesina, indígena y empresarial, con todas respaldadas y protegidas por el Estado. Y las confecciones y los textiles ilustran que igual puede ocurrir con productores industriales de todos los tipos.
Los poderes que les tiran la línea a los encargados de uniformar el pensamiento de la opinión colombiana se han vuelto célebres presentándose, al mismo tiempo, como defensores del fracasado modelo económico neoliberal y como adalides de crear riqueza en la economía empresarial, insinuando que sus contradictores somos enemigos de las empresas, pirueta argumental que no resiste la prueba de los hechos.
Pues si algo ha provocado una masacre de empresas en Colombia son la apertura, los TLC y el conjunto de las recetas del Consenso de Washington, al empobrecerlas y arruinarlas con las importaciones o porque los monopolios –por norma trasnacionales– les han arrebatan el mercado interno de bienes y servicios, generándose una inmensa desigualdad en el reparto nacional de las utilidades empresariales.
Tanta, que Colombia con razón se considera muy desigual en general con un Gini de .51, pero el Gini de las utilidades de las empresas es de .82. Y tan cierto es el sesgo anti pequeñas y medianas empresas que su tasa de impuesto de renta es igual a la de las mayores –nominal de 32 %–, cuando, por mandato de la Constitución, debería ser progresiva, es decir, escalonada, con porcentajes ascendentes.
¡Y qué tal que el Ministerio de Hacienda se atreviera a publicar el grado de concentración, en manos de poquísimos, del crédito bancario a las empresas!
A quienes –sensibles ante los sufrimientos de la gente– les parece que en economía solo debe hablarse de distribuir la riqueza, toca recordarles que aún no ha aparecido nadie capaz de repartir una riqueza inexistente.
Y a los que aplauden cuando se cierra una empresa porque, dicen, “un rico menos”, toca recordarles que quienes más sufren en estos casos son los trabajadores, que pasan del empleo formal a la desocupación y al rebusque.
Y si la Revolución Industrial es sinónimo de máquina de vapor fue porque encontró recursos productivos centralizados y mayores mercados en los cuales aplicar esa nueva y poderosa potencia, por el paso de las economías campesinas y artesanales a las asalariadas. Pero no es necesario además enfrentar las producciones familiares con las colectivas, pues en Colombia caben las dos y las dos tienen mucho que aportarle a la creación de riqueza y trabajo nacionales.