Hace unos meses se me acercó una persona a preguntarme: ¿Y si no es en esta ocasión en La Habana, en cuántos muertos más volveremos a sentarnos a negociar?
Para un gran porcentaje de los colombianos, el ponerle fin a esta guerra es cuestión de vida o muerte. Los 48 millones de colombianos hemos sufrido de una u otra forma con este conflicto de más de 50 años, pero definitivamente quienes no hemos sido víctimas directas no podemos compararnos con las más de 7'900.000 víctimas que tenemos hoy en día registradas.
Si hay algo fundamental en este difícil proceso que se desarrolla en La Habana es precisamente tener a las víctimas en el centro de un acuerdo. Nunca antes en un proceso de paz en nuestro país las víctimas habían sido incluidas en el proceso. El camino empezó tortuoso con cuatro líneas que resumían el punto de “Víctimas” en el Acuerdo General suscrito entre Gobierno y Farc en el año 2012.
Una vez empezó la discusión del mencionado punto, las obligaciones adquiridas por las partes en la Mesa de Conversaciones siguieron creciendo, comprometiéndose ambas a reflejar en un acuerdo final 10 principios que garantizaran los derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.
En diciembre del año anterior conocimos en su totalidad el “Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición”, primer sistema a nivel mundial que busca satisfacer los derechos de las víctimas. En otros conflictos como El Salvador, Guatemala, Irlanda del Norte, Bosnia, Líbano, Nepal, Sierra Leona, Angola, Burundi y Kenia se lograron acordar mecanismos que permitieran garantizar alguno o algunos de los cuatro elementos enumerados, pero nunca un Sistema que permitiera pensar en garantizarlos todos.
El acuerdo logrado hasta el momento busca que no exista impunidad. Precisamente lo contrario a lo que muchos de sus contradictores vociferan.
Garantizar la verdad para quienes no la conocen, reparación para quienes no la han tenido, justicia que permita restablecer en alguna medida el daño causado y garantías de que lo ocurrido no volverá a suceder porque se tienen como condición primera la dejación de las armas, son verdaderas consideraciones para pensar que algo positivo está por llegar.
Los avances que ha tenido el actual proceso no los imaginamos hace 15 años, cuando con grandes esfuerzos apenas lográbamos dejar un borrador de 12 puntos que Gobierno y Farc consideraban discutir. Hoy, más de 130 páginas entre los acuerdos de desarrollo agrario, participación política, solución al problema de las drogas ilícitas y víctimas son un primer gran paso de esperanza hacia la transición de un país en paz.
Pero para que todo esto pase es necesario resistirnos. Resistirnos a pensar que la guerra nos es natural, resistirnos a tener que desconfiar, resistirnos a una nueva oportunidad.
Ya lo decía Ingrid Betancourt con total entereza en su discurso del pasado 5 de mayo: “Reconciliarse implica aprender a confiar en el otro. Duro reto en un país donde ser confiado es visto como una falta de carácter”.
Gobierno y Farc deberán cumplirnos con los acuerdos que se están logrando en La Habana, pero su decisión será insuficiente si el resto de habitantes de este país no le apostamos a esa transformación. Este debe ser un compromiso de todos, sin excepción, no sólo de aquellos que más han sufrido con la guerra.
La resistencia debería ser a seguirnos matando, a seguir viviendo en esta fábrica de víctimas a la que parecemos habernos acostumbrado.
Yo me resisto a no seguir luchando por un país en paz.