El fin de semana anterior ocurrió la matanza más grande en la historia de los Estados Unidos. Un ataque homofóbico, perpetrado por un ciudadano norteamericano, cobró la vida de cincuenta personas y dejó heridas a igual número de ciudadanos, la mayoría latinos, quienes hacían presencia en Pulse, una disco gay en Orlando.
A medida que se lograban conocer más detalles, se planteó la hipótesis de que este ataque hacía parte del tipo de acciones violentas de la organización Estado Islámico (ISIS), en el marco de su “lucha contra occidente”; no obstante, aún no es clara la relación entre el autor de los hechos y esta organización.
Lo cierto es que se quiso arropar este hecho violento en el contexto del fundamentalismo islámico, en oposición a la “libertad y tolerancia” de la civilización occidental. Con ello, de paso se intentó olvidar o ocultar que este fundamentalismo homofóbico no lo encontramos solamente en las visiones extremas de algunos religiosos de Oriente, sino que hace presencia también en las distintas vertientes de la cristiandad, tan comunes en América Latina y en los Estados Unidos.
No necesitamos ir hasta los países de oriente medio para encontrar discursos de odio, fustigadores de las disidencias sexuales. Una muestra de ello es el video que se ha hecho viral recientemente, en el que el pastor Steven L. Anderson, de Arizona, señaló en el púlpito que ahora “había 50 pedófilos menos en las calles”.
Con versículos de su biblia, justifica este tipo de actos y en la práctica incita a que sigan ocurriendo hechos violentos contra la población homosexual. Algo similar se escuchó del pastor Roger Jiménez: “Es como preguntarme, ¿estás feliz por la muerte de 50 pedófilos?” “Ehh, no, me parece excelente. Creo que ayuda a la sociedad. Saben, creo que Orlando, Florida, será un poco más seguro esta noche”.
En Colombia encontramos también numerosos casos de homofobia disfrazada con preceptos religiosos que, además de no tener la capacidad de aglutinar a todos los seres humanos en su concepción de lo moral, pues pretenden imponer comportamientos que hacen parte estrictamente del ámbito de las libertades individuales y del libre desarrollo de la personalidad, resultan justificando las agresiones físicas o simbólicas contra ateos y homosexuales, entre otros.
Casos como el del pastor-concejal Marco Fidel Ramírez, la senadora “liberal” Viviane Morales, el procurador General Alejandro Ordóñez, o el mediático “padre Chucho” y su cruzada contra los ateos a quienes considera “terroristas que destruyen vidas”, son apenas los más conocidos de un sinnúmero de personas que, desde sus púlpitos o cargos públicos invocan el odio y la intolerancia, escudándose en la palabra de Dios.
Ese fundamentalismo religioso, homofóbico y machista toca a nuestra puerta recordándonos que, más allá de los positivos avances normativos en cuanto al reconocimiento de derechos a la población LGBTI, aún pervive en la conciencia y en la cotidianidad de la sociedad colombiana.
Las normas no cambian automáticamente el comportamiento social por más sanciones que puedan existir hacia las actitudes discriminatorias. Para la causa de la igualdad real resulta fundamental que la población heterosexual asuma como propia la lucha por los derechos y contra la discriminación de las personas sexualmente diversas. Solo así podremos vivir en una sociedad en que todos tengamos las mismas posibilidades de expresarnos públicamente sin temor a ser señalados o victimizados.