Sobrevivió a una descarga eléctrica, perdió un brazo y hoy es un gran tatuador
13.500 voltios impactaron a Milton Rodríguez cuando tenía 14 años. Este pequeño, oriundo del corregimiento de Junín, en Venadillo, se disponía a llevarle el almuerzo a su papá. En medio del camino fue halado por un poste de energía, el cual había sido reportado semanas antes por la comunidad debido a las descargas eléctricas que quedó emitiendo después de un temblor.
“Quedé pegado a la torre hasta que hizo corto, entonces se bajaron las cañuelas. Yo quedé como muerto, al menos eso creyó mi familia, hasta que hice un movimiento involuntario”, cuenta Milton Rodríguez.
De inmediato fue llevado al centro médico de Venadillo donde el médico de turno le aseguró a su familia que, a pesar de recibir esos más de 10.000 voltios, se encontraba bien y que al otro día le podían dar de alta. Pero la situación no era tan positiva.
“Ese día acababa de llegar al hospital una enfermera que había estado haciendo unos cursos sobre quemaduras. Ella le dijo a mi familia que si no me llevaban a Bogotá me moría, pero me remitieron fue a Ibagué, estuve dos días y no me hicieron nada, luego me llevaron a un centro asistencial de Girardot donde tampoco tuve ninguna atención”, recuerda.
Finalmente, después de casi una semana del accidente, fue remitido a una clínica de Bogotá. Los médicos que lo atendieron le explicaron que, debido al alto voltaje que había recibido, tenía quemaduras bastante graves en la parte derecha de sus extremidades.
“La electrocutada me reventó el codo y el pie derecho. Más que las quemaduras externas, eran las internas, por lo que tuvo que amputarse”, explica Milton. De esta manera fue que perdió parte de su brazo y pierna derecha. Estuvo alrededor de dos meses internado en la clínica mientras se recuperaba de las amputaciones. Milton solo tenía 14 años, así que sintió que todo estaba perdido, que todos los sueños que quería realizar cuando fuera adulto ya no se podían cumplir.
Retomando la vida por medio del tatuaje
Milton decidió omitir esos dos meses, había sido bastante dolorosa la recuperación y solo quería olvidar este episodio. Los años pasaron y poco a poco fue recuperando su vida. Retomó clases y las labores diarias con las que ayudaba a sus papás. A pesar de que tenía prótesis para su brazo, nunca la usó, aprendió a valerse por sí mismo con una sola mano.
Cuando tenía 16 años, en unas vacaciones del colegio, decidió viajar a Ibagué, a la casa de una tía. Cuando llegó, vio que un joven estaba tatuando a uno de sus familiares, le pareció curioso, pero siguió su camino.
Sin embargo, “a los pocos días esta persona me dijo que le había resultado un viaje a España. Me ofreció sus máquinas y me pidió 60.000. Yo le ofrecí 50.000 por esa máquina casera (la cual aún guarda 23 años después)”, comenta. No tenía ni idea de tatuar, pero amaba dibujar y pintar, así que se animó a aprender este oficio.
A los días, regresó a su casa, estaba ansioso por estrenarse como tatuador y sabía que sus compañeros de colegio serían los indicados para iniciar esta práctica. “Les conté que había estado haciendo un curso y les pregunté que quiénes se querían tatuar. Empezamos a tatuarnos entre todos”.
En esa época los tatuajes no eran tan comunes como ahora, de hecho, eran tabú en ciertas familias, sin mencionar que ni en Junín ni en Venadillo se podían conseguir muchas personas que se dedicaran a este oficio; razón por la que el trabajo de Milton era bastante cotizado. Lastimosamente, por razones de seguridad, tuvo que dejar de hacerlo.
Hombres armados empezaron a llegar a la casa de Milton para tatuarse, por lo que decidió no poner en riesgo a su familia. Escondió su máquina y regó el rumor de que se le había dañado y se había quedado sin tinta.
Ocho años después…
Luego de lo sucedido, se dedicó a estudiar, hizo un curso de sistemas y consiguió trabajo con la Alcaldía de Venadillo como reparador de computadores de los colegios públicos de este municipio. Pero de un momento a otro hubo recorte y se quedó sin trabajo.
Milton reconoce que fue una época muy compleja, tenía muchas responsabilidades, entre ellas, su hija. Así que empezó a hacer trabajos manuales –tiene un gran talento para el dibujo- para ofrecerlos puerta a puerta; sin embargo, no tuvo mucho éxito.
“Me dicen que soy admirable porque, a pesar de mi discapacidad física, no me rindo, pero es muy duro porque nadie le quiere dar trabajo a uno, creen que no voy a rendir como cualquier otra persona”, cuenta.
Aun así, no se detuvo, y en ese momento evocó su época como tatuador. Le daba susto porque había pasado mucho tiempo sin hacerlo, pero nada perdía. Y así fue, desde el primer día que abrió su local, no le han faltado clientes.
Hoy Milton tiene 39 años y es unos de los tatuadores más buscados en Venadillo. Ha ido perfeccionando su técnica solo, o bueno, con ayuda de algunos tutoriales de YouTube y recomendaciones de tatuadores que sigue por redes sociales. En cinco años ha hecho alrededor de 300 tatuajes a clientes de todas partes, de hecho, hace poco le tatuó un tamal a un estadounidense.
Milton cuenta con nostalgia que solo una vez se sintió mal por unos clientes. Desde que llegaron al lugar no dejaban de mirar el brazo que tiene la prótesis, “se miraban con desconfianza, se hablaban en voz baja”, así que decidió que no los tatuaría porque ellos no estarían tranquilos y él se sentiría presionado. Les pidió que buscaran otro tatuador.
De resto, solo ha tenido gestos de agradecimiento por dibujar, en el cuerpo de cientos de personas, tatuajes que siempre recordarán.
Además de su local de tatuajes, que está ubicado cerca a la Alcaldía de este municipio del norte del Tolima, tiene un pequeño almacén en el que vende de todo un poco, desde gorras, bolsos y accesorios. Por ahora, espera seguir recibiendo muchos más clientes y así seguir perfeccionando el oficio con el que descubrió que “nada es imposible”.