Las cosas hay que decirlas como son. En Colombia hoy la democracia es una materia que algunos orientan en colegios y universidades, pero que no se vive en el día a día.
¿De qué democracia hablamos cuando hay clanes que logran apropiarse de la burocracia estatal y formulan políticas para beneficiar exclusivamente a sus electores, con el beneplácito de órganos de control, cuyas cabezas ayudan a elegir?
¿De qué democracia hablamos cuando las urnas marcan un camino y las calles imponen uno diferente?
¿En qué democracia vivimos cuando en una manifestación nos pueden agredir por expresar una opinión contraria a la que exponen unos encapuchados en pancartas y grafitis?
¿Podemos decir que hay democracia cuando los grandes grupos económicos son los únicos que pueden salir al aire en televisión abierta?
¿Se cumple aquella premisa de garantizar la libertad de prensa, cuando periodistas en todas las regiones siguen con el yugo del “plata o plomo”?
En el departamento del Tolima impresiona escuchar cosas como “es mejor no decir nada porque ellos mandan y se la cobran”. Ya uno no sabe si hay jefes políticos o personajes de la trilogía de “El Padrino”. No es tema nuevo, solo reforzado. En Colombia ha sido una constante la exclusión de nuevos entrantes al ejercicio de la política, en algunos casos vía asesinato y en otros vía persecución laboral y exclusión.
Norberto Bobbio sugería seis reglas a modo de condiciones para la democracia: 1) todos podemos votar, 2) el voto de cada una vale lo mismo, 3) debemos poder votar en libertad, 4) debe haber alternativas al momento de votar, 5) se debe respetar la decisión de la mayoría y 6) no se pueden irrespetar los derechos de la minoría, en especial el derecho a la participación política para seguir compitiendo y poder ser en algún momento mayoría.
Pues bien, en Colombia el voto no vale lo mismo y el fraude sigue siendo generalizado, no todos somos libres para votar, no se respeta la decisión de la mayoría y mucho menos existen garantías reales para nuevas fuerzas políticas que quieran participar en la contienda.
El problema radica en que la trayectoria histórica del estado colombiano, evidencia que ha sido presa de una extraña componenda amorfa. Aquello que Álvaro Gómez llamaba “el régimen”. Un basilisco tan poderoso que pudo imponer un presidente con dineros de la mafia y luego desde el gobierno perseguir a sus socios. Como se desprende de las tesis de James Robinson: en Colombia la política corrompió al narcotráfico, no al contrario.
El asunto NO es ver en las fuerzas que se reconocen como “izquierda democrática” la única alternativa a ese régimen. De hecho, hoy gobiernan en varias ciudades de Colombia y son ejemplo de clientelismo, componendas y favoritismo. Todo lo que criticaban. El poder del estado suele hacer eso, que se apropien de lo que es de todos y se comporten como los gamonales que antes criticaban.
La alternativa está en sectores que defiendan la empresa, que exijan menos impuestos y que no se ocupen de su capital político sino del bienestar de todos. La alternativa está en promover el sector privado y el imperio de la ley, en promover instituciones políticas incluyentes e inclusivas y en permitir la libre competencia, no los privilegios de oligopolios que terminan haciendo lo que les viene en gana o de sindicatos que le dan la espalda a la mayoría que solo busca la oportunidad de tener un trabajo estable.
Si seguimos como vamos, tendremos un estado que se gasta mucho más de lo que recibe, empresas menos competitivas, trabajadores más pendientes de conservar sus puestos de trabajo vía sindicatos que de trabajar y ser más productivos, políticos gastando a manos llenas como las otrora casas políticas de Grecia e Italia (hoy países quebrados y con generaciones enteras queriendo salir), entre otros males.
Debemos ver en los burócratas verdaderos servidores públicos, no capataces a los que debemos temer. Debemos elegir políticos humildes y cercanos a la gente, que no estén pensando en hacer fortuna para ellos o sus secuaces, cuyo estilo de vida sea más cercano a las mayorías por las que deben trabajar, que al de la minoría privilegiada que con mucho esfuerzo hizo empresa. Debemos rechazar a los empresarios que compran políticos para que les hagan favores y valorar a quienes defienden la libre competencia y la innovación.
Nota: a los lectores los invito a ver las series “Borgen” y “Merlí” en Netflix, ojalá en compañía de sus familias. Ofrecen mucho para reflexionar.