El COVID-19 fue un golpe devastador para la economía colombiana: 509.370 micro-negocios desaparecieron. Eran en su gran mayoría empresas jóvenes, que llevaban solo 1-3 años en el mercado, y 2 de cada 3 eran de mujeres.
El marco fiscal de mediano plazo sostiene que de no reemplazarse implicaría una reducción en el PIB de largo plazo de 1,66%, 16.1 billones. El porcentaje no es tan significativo como el impacto social que representa; son al menos 500 mil hogares que perdieron su fuente de ingresos.
Aquello se refleja en la drástica reducción de los ingresos del quintil más pobre de nuestra población; perdió un cuarto de sus ingresos (24,6%).
La precariedad económica creó mucha, demasiada, pobreza. 3,5 millones de nuevos pobres; 2,8 millones de colombianos cayeron en pobreza extrema. Y podrían haber sido más.
Los estudios estiman que los programas sociales lograron evitar que 1,7 millones de colombianos también se sumieran en la pobreza, y que 2,3 millones pasarán a la pobreza extrema.
Lo que parece increíble es que en vez de buscar salir de esta crisis, algunos hayan tomado la decisión de agravarla. Me refiero, por supuesto, al paro.
La recuperación económica se iniciaba y los bloqueos lograron no solo evitarla sino sumirnos en una crisis aún más fuerte. Sus efectos fueron todavía más graves, y sobre todo, más dolorosos. El COVID fue una pandemia, pero el paro fue la decisión de unos pocos de destruirlo todo.
De lo sucedido hay que lamentar lo que significó el bloqueo de los puertos. Detuvieron la importación de materias primas y por lo tanto muchas empresas no pudieron producir absolutamente nada.
Otras que produjeron no pudieron exportar, y otras ni siquiera pudieron colocar sus productos en el mercado nacional. Si el COVID disminuyó y lentificó la economía; el paro, logró detenerla.
El ejemplo más dramático es Cali. Antes del paro, Cali ocupaba el onceavo puesto en desempleo de Colombia; con el paro pasó al segundo puesto. La producción, las ventas y personal ocupado en Cali bajaron drásticamente.
El golpe fue tan duro para Cali que sus indicadores arrastraron hacia abajo los indicadores nacionales. Colombia empezaba a mostrar resultados positivos en febrero pasado -por primera vez en un año. Para mayo ya estábamos otra vez en cero. Cali volvió a marcar negativamente en los tres indicadores en junio.
Así también sucedió con la inflación. Todo el suroccidente estuvo por encima del 3.18% reportado en mayo para el país. Popayán y Cali fueron respectivamente la primera y tercera ciudad con mayor inflación.
La capacidad adquisitiva de los ciudadanos se desplomó, y lo más grave es que los alimentos fueron los que más subieron de precio. Especialmente significativo para los más pobres, que como dijimos son más.
Pero los efectos del paro no fueron solo para el suroccidente, muchos sectores fueron sacrificados. Por ejemplo, la ocupación hotelera cayó 40 puntos al inicio de la cuarentena, sin embargo venía recuperándose sin interrupciones mes a mes. En abril, con el paro, se rompió la tendencia de crecimiento, y empezamos a decrecer.
Todo esto ha dibujado para muchos un panorama desesperanzador. Muchos se sienten derrotados, huérfanos, heridos de muerte. A ellos les escribo. Colombia es una nación resiliente. Creceremos el 7,2%; un rebote que será un inicio.
El futuro depende de nosotros. El trabajo y el empeño podrá sacarnos, nuevamente, adelante. Lo hemos hecho, y lo haremos.