Las religiosas que sacan de la prostitución a mujeres de Ibagué
Mary solo tenía 13 años cuando fue abusada por el esposo de su patrona. Gritó, se rebeló, pero no pudo contra él, quien no se conformó con hacerlo una sola vez, sino que cada noche, durante ocho meses, a pesar de todas las ‘trancas’ que esta niña le ponía en su puerta, lograba entrar.
Ella, aún siendo una niña, trabajaba como empleada doméstica para poder ayudarle a su papá con los gastos de la casa. Era interna, así que estaba a la merced de esta pareja.
No solo debió sufrir los abusos de ese hombre, sino los maltratos de la “dueña de la casa”, quien la insultaba y golpeaba diariamente con lo que tuviera en sus manos, incluso con el palo de la escoba. Esta época marcó lo que sería su vida, porque creyó que simplemente no había más oportunidades para ella.
Mary no tiene bonitos pensamientos de su infancia, solo recuerda que fue abandonada por su mamá cuando tenía 7 años, junto a sus dos hermanos. (Ver: Alcalde Jaramillo inauguró un nuevo espacio en el hogar de paso para habitantes de calle)
“Se fue con otro hombre que no nos quería. Quedamos con mi papá, que era una persona muy borracha. Él también se consiguió otra esposa que nos maltrataba, como que no nos quería”, cuenta Mary, quien hoy tiene 32 años.
Desde ese momento estuvo de un lado a otro, no estudiaba porque debía encontrar la manera de ayudar económicamente en su casa, pero debido a la experiencia en esa casa de familia, no quiso volver a ese trabajo.
“Me puse a andar la calle, conocí gente no muy buena, empecé a probar las drogas, el trago y ya quería hacer lo que quisiera”, cuenta. Su papá le llamó la atención varias veces, incluso llegó a pegarle por esas salidas en las que muchas veces no regresaba. Hasta que en una ocasión decidió echarla de la casa. (Ver: Creció bajo protección del ICBF y hoy es abogado, docente y uno de los mejores nadadores de Sudamérica)
Mary no tenía a dónde más llegar, así que solía quedarse en casas de amigas y, cuando no se podía, en la calle. Una de esas noches decidió amanecer en una construcción en la Concha Acústica del parque Centenario, cuando en horas de la madrugada sintió que alguien se estaba metiendo. “Un habitante de calle estaba entrando, trató de violarme, pero alcancé a salir corriendo”, narra.
El inicio de su calvario
En su andar por las calles conoció que hombres le pagaban por acostarse con ellos. “Incluso uno me dejaba quedar en su casa los días que necesitaba”, dice Mary. Así que ese se convirtió en su mecanismo de supervivencia.
Y aunque trató de buscar la manera de salir, su mismo entorno la llevaba cada vez más a quedarse. De hecho, supo que su mamá y varias de sus hermanas se dedicaban a lo mismo, una de ellas estaba tan perdida en la droga que se fue con un indigente a Cali hace más de diez años y nunca volvió a saber de ella.
“Era horrible, si no hacía eso, no tenía qué comer. Estar solo en el mundo y recurrir a eso. Hombres mayores se aprovechaban de una niña porque eso era. La gente dice que es un trabajo fácil y no lo es, es humillante, indignante, que te hace sentir menos”, explica. (Ver: Desde La Eskina del Barrio se construye una nueva cara para el sur de Ibagué)
A sus 32 años tiene un acumulado de malas experiencias que muy pocas personas podrían saber, como aquella ocasión, cuando tenía 14, en la que un conductor de bus trató de obligarla a hacer algo que no quería. Ella se negó así que la empezó a golpear hasta que alguien la socorrió.
Luego, cuando tenía 17 años, conoció a un hombre que terminó convirtiéndose en el papá de sus hijas mayores que hoy tienen 12 y 14 años. Durante siete años creyó que su vida sería diferente que, a pesar de las necesidades por fin tenía una familia. Sin embargo, este hombre la engañó con una de sus hermanas, a la cual dejó embarazada.
Se separó de él y nunca más lo volvió a ver. Ni a su hermana, quien terminó regalando al bebé que tuvo con su marido. Tuvo que regresar con su papá y la esposa que no la quería, buscó trabajo y no encontró, ya al año asumió que debía sostener a sus niñas, así que retomó su antigua vida, “a la que llaman fácil que no es fácil”. (Ver: “Ser mamá sustituta implica tanta entrega y amor como el de una madre biológica”)
Muchas veces le tocaba dejarlas solas, pero trataba de tenerles todo a la mano para que no corrieran ningún peligro. Prefería irse a trabajar en las noches para poder estar pendiente de sus pequeñas en el día.
“Me daba muy duro, mucho asco, porque yo llegaba a dormir con mis niñas. Duraba hasta una hora bañándome, pero seguía sintiéndome sucia”, manifiesta.
Así vivió otro par de años, hasta que encontró una nueva oportunidad para tener una familia, su sueño más anhelado.
Una luz llega a su vida
Ocho años atrás, Mary conoció a otra persona con la que tuvo dos hijos más, un niño de 6 y la menor de 3 años. Un hombre que le pegaba cuando quería, no importaba si estaban presentes los niños o no.
Tenía miedo y no sabía cómo sacar a sus cuatro hijos adelante, hasta que encontró sus ángeles de la guarda. “Una amiga que estuvo en mi mundo y ahora tiene su propio negocio gracias a la ayuda de ellas me trajo”, cuenta.
Ellas, a las que hace referencia Mary, son las Hermanas Oblatas, una congregación “enviada” para rescatar y ayudar a aquellas mujeres que ejercen la prostitución o son víctimas de la explotación sexual. (Ver: El periodista judicial de Ibagué que se salvó de ser el protagonista de su propia historia)
Estas religiosas están en diferentes partes del mundo. Llevan muchos años acogiendo a estas mujeres, sacándolas de los bares y las calles donde trabajan.
“La prostitución ha existido siempre. No la vamos a acabar, pero sí vamos a sacar todas las que podamos para decirles que hay otra manera de vivir”, cuenta una de las hermanas de esta congregación.
Las Hermanas tienen una casa que han ido adaptando con el tiempo. Es un espacio en el que cuentan con sala de costura, de manualidades, de belleza para que las mujeres que llegan encuentren otras posibilidades de vida. Además de las clases, ellas cuentan con ayuda psicológica y jurídica, todos, profesionales voluntarios.
De igual manera, como todas las que llegan aquí tienen hijos, las hermanas abren espacio para que los niños también aprendan otras cosas como sistemas o refuercen sus materias del colegio.
“Se hace para que ellas puedan estar seguras de que estarán bien, que es su mayor preocupación. Por todo lo que ellas han pasado se vuelven unas leonas con sus hijos”, explica.
Buscando un nuevo futuro
“Cuando llegué no tenía ni idea de cómo usar una máquina, era muy difícil y varias veces le decía al profesor que no podía y me iba. Me tuvo mucha paciencia y aprendí”, manifiesta Mary. Y no solo ha aprendido a coser, también a hacer manicure y pedicure, trabajos que le han ido permitiendo dejar su pasado atrás. No puede negar que a veces pasa situaciones económicas difíciles, pero al menos tiene la certeza de que es capaz de hacer lo que se proponga.
Usted puede ser parte de este mejor futuro. Cualquier ayuda económica y material es bien recibida.
“Todos los días se les dan meriendas. A los niños procuramos darles leche con cereal, porque les gusta y porque es el único lugar donde se toman un vaso de leche”, puntualiza una de las religiosas.
Aunque las ayudas también son importantes, se necesitan profesionales voluntarios en cualquier área que estén prestos a enseñar. (Ver: Ingrit Lorena Valencia por fuera del ring)
La historia de Mary es una de muchas, mujeres que han sido abusadas hasta por sus propios familiares. Niñas que crecen pensando que nada bueno les puede pasar, pero que necesitan de una oportunidad para saber lo valiosas que son.