Mi hijo va a cumplir 9. Es un personaje. Para resumir: Lo amo locamente, como a nadie en el mundo. Supongo que igual que Usted a su hija adolescente. O a su hijo. O acaso, ¿hay alguien leyendo esto que no muera por sus hijos?
Mi muchachito lleva encerrado en casa desde el jueves 19 de marzo cuando llegó del colegio y se enteró que -al otro día- no habría clase. Se puso feliz con el anuncio de la alcaldesa de Bogotá de hacer un simulacro de aislamiento a partir del viernes 20. En secreto, compartí su felicidad porque ni él ni yo tendríamos que madrugar al otro día.
Hoy es el día 107 del encierro de mi niño. Cada hora, cada minuto, cada fin de semana, cada festivo, cada largo y eterno día -junto con su respectiva noche- lo ha pasado encerrado, excepto una visita al odontólogo Andrés (ojo, no confundir con San Andrés), viendo pasar el tiempo y -como en el chiste flojo de moda- yendo de su cuarto al mío, de allí al televisor, un paseo por el baño, un plan en la sala-comedor y una escapada a la cocina. A lavar platos.
O al garaje de la casa, ahora convertido en gimnasio por las mañanas, cancha de fútbol por las tardes y refugio de gatos callejeros en la noche.
Y hay un parque, pequeño, bonito, iluminado, muy bien cuidado. Mi hijo lo disfrutó. Desde la ventana, claro está. Porque al principio estaba prohibida totalmente la salida de los menores de edad. A las semanas, les permitieron salir máximo media hora al día. Y ahora pueden caminar, trotar, correr o montar en bici, máximo una hora diaria. Lo que dura un viaje a Cartagena. O la mitad de un vuelo a San Andrés, por poner un ejemplo cualquiera.
Hoy puede salir todos los días un ratico. Yo no me quejo. Muchos hogares en Colombia viven muy apretados o en circunstancias de convivencia realmente difíciles. Pero -a veces- noto a mi niño como ansioso, o triste, o acelerado, o pasa muy rápido de uno a otro estado. Sé que es un niño pero antes del encierro no era así.
Me ha pedido que lo lleve a hacer mercado. Que me acompaña a la oficina. Que lo deje ir donde el primo. “Si quieres me quedo entre el carro”, me propuso una vez, que no es lo mismo que aburrirse todo un fin de semana en un hotel a la orilla del mar Caribe.
Eso fue lo que dijo el fiscal que había hecho su niña en el último puente de junio en San Andrés. Quedarse encerrada todo el tiempo en la habitación. Contó que pasó del carro al avión familiar, y del avión al hotel, y que no salió hasta que se regresó a los dos días, y otra vez al avión y otra vez al carro. Y que no había restaurantes ni comercio ni playas. Pobre. Debió quedar más aburrida que si no hubiera salido.
Ir a San Andrés para no salir de la habitación. Ilegal, no sé. Pero, raro sí es. Y justo en un hotel que queda al otro lado de la famosa cueva de Morgan, el pirata. Barbosa, seguro, no recorrió la isla. Pero, miren Ustedes, hace un par de días, el ministro de Salud de Nueva Zelanda renunció por las críticas que recibió en abril cuando en medio de la cuarentena, la Policía lo detuvo a 20 kilómetros de su casa yendo en el carro a la playa. Con su familia. “Soy un idiota”, dijo.
A finales de abril, la Fiscalía inició la investigación en San Andrés por un presunto detrimento patrimonial de 86 millones en un contrato de publicidad y ya anunció la citación a imputación contra el gobernador del archipiélago, por contrato sin cumplimiento de requisitos legales y peculado por apropiación, para quien pedirá cárcel.
Eso sí es pronta y eficaz justicia. De malas el gobernador de San Andrés. Claro que si eso va a ser así siempre, a viajar todos los días, fiscal. Y lleve a quien quiera. Al fin y al cabo, Usted lo anunció: “Siempre, siempre que yo tenga la oportunidad de viajar con mi hija y con mi familia, lo haré. No existe prohibición ni legal ni constitucional alguna”. Le faltó incluir la prohibición del decreto 749 del 28 de mayo, firmado por su exjefe y amigo, el presidente de la República, que ordenó el aislamiento obligatorio en el país.
Así que cuando la niña le pidió acompañarlo, alguien debió revisar esa norma, junto con las famosas 43 excepciones y al ver que no encuadraba el viaje de la hija menor de edad junto con la amiga también menor de edad, en el avión familiar, seguramente visualizó la posibilidad de justificarlo normativamente. Podría ser con la Excepción 44 al confinamiento, que diría algo así como: Hijos de fiscales generales de la nación, sin importar la edad. Y amigos cercanos de los hijos, sin importar de edad.
Y listo. A volar se dijo.
Quién le va a decir algo al fiscal. No olviden su presentación: “Yo soy una persona que probablemente tengo la mayor formación de personas de mi edad en este país, yo soy doctor, yo tengo dos maestrías, yo tengo una profesión, yo soy historiador, yo he escrito 10 libros, yo he sido profesor en más de 10 universidades en el mundo, 20 años de experiencia, he sido columnista, escritor”. Y apenas tiene 46 años.
Un amigo me dijo que no debería escribir sobre este tema porque cerraría las puertas de la Fiscalía para un eventual trabajo, alguna vez. Además, pronto quedaré sin trabajo. Y fue ahí cuando me animé. Porque me acordé de la gran defensa que Barbosa hizo del proceso de paz hace apenas 5 años, en universidades y medios de comunicación, pregonando una hermosa frase: “Es mejor equivocarse buscando la paz que acertar haciendo la guerra”. Y también sus críticas al Centro Democrático, llamándolo belicoso. Y mostrarse apesadumbrado por el triunfo del no en el plebiscito. Y ahora es fiscal general, nominado por uno del partido que tanto criticó. Así que tengo opción.
“Yo no solamente soy fiscal, yo soy ser humano y soy padre de familia, y mi chiquita que tiene una edad en la cual también me necesita pues va a estar acompañándome en muchas de las actividades que yo tengo”, remató en una rueda de prensa en la Fiscalía. Mi hijo también me necesita. Pero no podrá acompañarme. No soy el fiscal.