Mucho se ha escrito respecto a los retos que hoy la educación afronta por cuenta de esta pandemia que nos ha obligado a estar confinados en nuestros hogares. Afirmar que ninguna institución educativa del país estaba preparada para este cambio abrupto en los métodos de enseñanza y que docentes, estudiantes y padres de familia no nos encontrábamos capacitados para la implementación de la educación virtual, no es una novedad. La pregunta es ¿qué hacer?.
De acuerdo con reciente estudio adelantado por el Laboratorio de Economía de la Educación de la Pontificia Universidad Javeriana, cerca del 63% de los estudiantes en educación media de colegios públicos en Colombia, no tiene acceso a Internet ni computador en su hogar, cifra preocupante si tenemos en cuenta que del total de matriculados, aproximadamente el 75% lo están en instituciones educativas públicas, muchos de los cuales no solo verán afectada la permanencia en el sistema educativo, sino también su nutrición y seguridad alimentaria que era complementada a través del PAE.
De esta manera, emerge una de las fallas que en materia de inversiones en educación pública ha tenido el Estado Colombiano: en el marco de la sociedad del conocimiento que vivimos, invertimos más recursos en grandes infraestructuras (megacolegios), muchos de ellos subutilizados, que en ciencia, innovación, investigación, tecnología, conectividad, formación y capacitación en manejo de TICs para nuestros estudiantes y docentes.
La educación virtual va mucho mas allá de clases sincrónicas y asincrónicas. Los chats, las clases en línea y videoconferencias, no aportan todos los elementos pedagógicos necesarios para una formación de calidad. En este modelo de aprendizaje, no es dable replicar la estructura lógica controlada de la educación presencial, por el contrario, debe estar estructurado en la flexibilidad, creatividad y pedagogía adecuada, poniendo a prueba la capacidad de resiliencia de rectores, docentes, estudiantes y padres de familia para aprender a desaprender y reaprender la nueva forma de impartir educación en tiempos de pandemia.
Por supuesto, el soporte tecnológico es indispensable y fundamental. Es allí donde empiezan a orientarse los esfuerzos de los gobiernos locales y departamentales, buscando avanzar en la ampliación de dotación en las instituciones educativas oficiales. Sin embargo, a la insuficiencia de herramientas tecnológicas, se suma la realidad que viven los habitantes de la Colombia rural, poblaciones que siempre han estado en el último lugar cuando de inversiones se trata: ausencia de conectividad.
Recientemente la Alcaldía de Ibagué, informó sobre la disposición de 34.414 tabletas, con contenidos pedagógicos, para los cerca de 82.000 estudiantes de las instituciones públicas del Municipio que no cuenten con estos equipos, muchos de los cuales tendrán la posibilidad de acceder a ellas, pero, paradójicamente, no contarán con acceso a internet, aspecto que imposibilitará su proceso de educación.
Necesitamos más optimismo constructivo, lo cual no significa obviar los problemas, sino trabajar unidos en la búsqueda de soluciones que permitan convertir estas dificultades en oportunidades. Educación es sinónimo de evolución y el ser humano nunca deja de aprender.
Para ello requerimos del compromiso de todos los actores sociales, en especial de nuestros gobernantes, quienes tendrán la obligación de priorizar las inversiones ha realizarse para contener los efectos de la propagación del COVID-19, evitando gastos innecesarios, como costosas pautas publicitarias en revistas o millonarios “asesores” que no “asesoran”, entre otras cosas, para concentrase en lo fundamental: salud, educación, alimentación, servicios públicos y recuperación económica.