Ángel caído III: sexo en la Catedral de Ibagué
Las 130 páginas del expediente del sacerdote Freddy Martínez, detenido en la cárcel de Picaleña desde el pasado 3 de julio, sindicado de abusar sexualmente de sus feligreses, tiene capítulos ocultos que no dejan de sorprender. Padre Freddy Martínez: el Ángel Caído
EL OLFATO conoció el testimonio de una de las víctimas del religioso, quien fue abusada desde que tenía 14 años y, posteriormente, se convirtió en su compañera permanente. Ella narró detalles de las relaciones sexuales que sostuvo con Martínez en moteles, parajes rurales, balnearios y en la misma casa cural de la Catedral Metropolitana de Ibagué.
Magdalena, como llamaremos a la mujer, le dijo a la Fiscalía que conoció al padre Freddy en el año 2001, cuando se convirtió en acólita de la Iglesia San Juan Bautista, ubicada en la segunda etapa del barrio Jordán.
Dijo que la primera vez que el sacerdote abusó de ella fue en un balneario conocido como Charco Azul, ubicado en la vía entre Ibagué y Rovira.
“El padre comenzó a invitarnos a muchos paseos, a él le gustaban. Recuerdo que íbamos de paseo por el sector de Rovira, específicamente a un sitio que se llama Charco Azul, y esos paseos eran entre semana”, narró Magdalena, quien hoy tiene 34 años.
Esos espacios lúdicos propiciaron escenarios de confianza y el religioso ya fue más directo con la acólita. “Ya después de que tomó confianza conmigo, empezó a dedicarme canciones, a decirme que yo era muy bonita. Después me invitó sola a un paseo (…) Ese día estuvimos en Charco Azul. Estando allá me pidió que le diera un beso y me preguntó que si yo era virgen. A mí en ese momento me dio miedo contestar, yo embolaté la cosa y no le dije nada”, manifestó.
Unas semanas después volvieron a Charco Azul y en ese tercer paseo fue abusada. “Ese día nos bañamos: risa va, risa viene. Cuando ya nos vestimos, íbamos subiendo hacia la salida y allí había una especie de baño abandonado, tenía una puerta de lata vieja oxidada. Me dijo que nos metiéramos allí y me hizo acostar en el piso que era de cemento. Ese sitio era asqueroso”, le contó Magdalena a la fiscal del caso, quien escuchó los pormenores de ese abuso sexual.
Dijo que esos encuentros sexuales ocurrían dos veces al mes, en Charco Azul y en los sectores de El Salado y Piedras, en las afueras de Ibagué. Esa rutina se prolongó durante seis meses.
Sexo en la casa cural de la Catedral de Ibagué
En el año 2002, cuando Martínez fue designado como vicario en la Catedral de Ibagué, continuó su relación con Magdalena. Esta joven juega un papel importante en la investigación, pues otras víctimas del detenido sacerdote coinciden en afirmar que ella fue su compañera permanente. El mensaje del padre Freddy Martínez para otros sacerdotes católicos de Ibagué
Los compromisos religiosos del padre Freddy y su traslado al principal templo católico frustraron los paseos entre semana, pero no impidieron que pudiera verse con su joven pareja.
Hace dos décadas, cuando no existía WhatsApp ni había acceso masivo a los dispositivos móviles, los ciudadanos recurrían al teléfono fijo.
“Yo en mi casa no tenía teléfono, así que llamaba a la casa de una amiga y me dejaba la razón que él me volvía a llamar a cierta hora para que estuviera pendiente (…) Yo era especial para él, usaba todo tipo de palabras con las que una menor se puede llegar a ilusionar”, aseguró en su declaración juramentada.
Esas llamadas al teléfono fijo de su amiga eran para organizar sus encuentros sexuales en la casa cural de la Catedral.
“Luego me invitó a la casa cural de la Catedral con unas instrucciones específicas. Cuando yo llegaba lo llamaba desde un teléfono público y él dejaba una puerta abierta que daba acceso a la casa cural. Así yo podía entrar fácilmente y subía al segundo piso. Allí estaba su habitación. Durante el tiempo que él estuvo asignado a la Catedral, casi una vez por semana yo hacía lo mismo”, reveló.
La soledad de los pasillos de la casa cural, la juventud y el enamoramiento de Magdalena facilitaron todo. Los encuentros sexuales se dieron incluso minutos antes de oficiar las eucaristías.
“Él me hacía entrar a su habitación y allí abusaba de mí. Me dejaba en su habitación mientras bajaba a oficiar la misa de las 5:00 de la tarde. Me decía que no me fuera a asomar por las ventanas, ya que una de estas daba hacia la Plaza de Bolívar, así que alguien me podría ver”, aseguró.
Después de la misa, continuó el relato, Martínez volvía a su habitación y le daba dinero para que la joven regresara a su casa en taxi.
“Yo era una menor de escasos recursos (…) Constantemente me decía que yo no le podía contar a nadie, ya que él tenía enemigos y que además eso que él hacía era normal, decía que era un elegido de Dios y que él lo entendía y lo perdonaba”, dijo Magdalena en su indagatoria.
Y ella, en su ingenuidad, lo creyó. Por eso lo acompañó durante más de cuatro años, desde que la llevaba a paseos en motocicleta hasta cuando alcanzó la fama y el progreso económico en la parroquia de Villarrestrepo.
Vivió y conoció tantas cosas junto a su expareja que prefirió dejarlo, en silencio y sin escándalos. Ella sabe muy bien qué clase de persona es.
Magdalena fue la chica que le quemó con gasolina la casa a un joven con quien intentó tener una relación.
Según su testimonio, el padre Freddy le indicó cómo atacar la residencia y dónde conseguir el combustible. Esa era la manera de reivindicar su “error” de pretender estar con otro hombre.
¿En qué va el proceso?
Un juez local negó recientemente la solicitud de la defensa del religioso de acceder al beneficio de casa por cárcel y continúa recluido en el centro penitenciario de Picaleña. Juez le niega prisión domiciliaria al padre Freddy Martínez, quien continuará en la cárcel de Picaleña
Ahora están pendientes dos audiencias más: una, en la que la Fiscalía presentará el escrito de acusación y, la segunda, en la que la defensa de las víctimas solicitará medidas cautelares sobre las abundantes propiedades que obtuvo Martínez con sus misas de sanación.