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Majestuoso: así lucía el Nevado del Tolima en los años 80

Conozca la montaña más importante del Tolima a través de la experiencia de un aventurero.
Historias
Autor: Valentina Castellanos Jater
Autor:
Valentina Castellanos Jater
Majestuoso: así lucía el Nevado del Tolima en los años 80
Foto: Cortesía / Jorge Iván González

Si alguna vez se ha preguntado cómo lucía el Nevado del Tolima cuando aún conservaba gran cantidad de nieve, se lo mostraremos a través de la experiencia de Jorge González: un pastuso enamorado de este increíble volcán.

De Nariño hasta el Tolima

“Con mis amigos siempre habíamos sido muy caminantes y uno de ellos empezó a insistir que fuéramos al Tolima porque esa sí era una montaña de verdad y que para eso sí se necesitaba verraquera (…)”, contó.

Así pues, en 1987, junto con sus compañeros de travesía, comenzaron a entrenar arduamente y ponerse en condición para conocer frente a frente la majestuosidad del Volcán Nevado del Tolima.

“Mi paisano Florián (quien había propuesto el plan) nos dio las indicaciones del caso: llevar unas buenas botas, ropa abrigada, capa impermeable, bolsas plásticas para los pies, doble o triple par de medias de las de futbol, ropa de cambio, carpa, gorra de lana, sleeping, ‘piolet’, ‘crampones’”, narró.

Sin embargo, dos de las instrucciones sonaron en chino para él y su amigo Fernando, pues ¿Qué es ‘piolet’? ¿Qué son ‘crampones’? Eran las dos preguntas que recorrían las mentes de ambos aventureros.

“Que cara de susto la que pusimos, nunca habíamos oído hablar de eso. Luego, nos explicó con dibujos como son los ‘piolets’ (piqueta para montañismo) y nos dijo que los ‘crampones’ son como unos chuzos que se le ponen a las botas, pero que esos no importan tanto como el ‘piolet’”, dijo.

Fue así como Jorge y Fernando emprendieron camino para buscar los elementos necesarios para hacer un buen ascenso.

“Fuimos a un lugar donde vendían herramientas de segunda. Pensamos desde llevar un pico de esos de construcción, dijimos: si no hay más con eso nos defendemos, le ponemos el cabo cortico y que hijuepuchas le hacemos”, expresó.

Luego de meditar su decisión por un rato llegaron a la conclusión de que sería muy ordinario llevar esa herramienta para realizar una gran expedición, por lo que solucionaron su problema con picas de minero de kilo y medio hechas con hierro fundido.

“Mi amigo Fernando que es más cositero que yo consiguió cinta aislante de colores: blanco, amarillo y rojo. Luego, con toda la paciencia del mundo, las forró alternando los colores (…) Dijimos: no serán 'piolets', pero con esto nos defendemos”, manifestó.

Una vez resuelto su problema con los ‘piolets’, se dirigieron a hacer mercado: bocadillos, sopas Maggi, queso, pan, panela, botas amarillas con suela blanca y unas linternas de celador, como él les dice.

“Otro amigo de Anzoátegui me indicó en una foto cómo es la ruta. Me habló de raíces, de la cascada, de tierra de gigantes, del campamento de polacos, de latas, del oído, y yo iba trazando mentalmente la ruta”, señaló.

Con la expectativa, las ganas y las herramientas improvisadas, se dirigieron un viernes al terminal de buses de Nariño “cargados con un morral que pesa más que si lo hubiéramos cargado con piedras, pero que orgullo sentimos”.

“Llevamos todo lo que nos dijeron: nuestros ‘piolets’ criollos de colores lindos, una cobija cada uno, comida y todo lo necesario menos ‘crampones’”, puntualizó.

Al llegar a la terminal los esperaba su amigo Florián en la sala de Expreso Bolivariano, y una entretenida conversación acerca de su equipo de ascenso comenzó a florecer:

Florián: ¿Qué es eso que llevan?

Jorge: Los ‘piolets’.

F: ¿Los ‘piolets’? – dijo y se echó a reír. – No sean maricas, ¿cómo van a llevar eso?

“Nos dijo: miren lo que es un ‘piolet’. Sacó y nos mostró un ‘piolet’ francés en aluminio, muy lindo y liviano el miserable, y nosotros con esas mierdas, más ordinarios que ni se imaginan. Nos tocó hacernos los locos de la pena”, comentó.

Su llegada a Ibagué

Luego de pasar vergüenza frente a un grupo grande de la Universidad Nacional que también se iban de expedición, decidieron dejar los ‘piolets’ abandonados debajo de la banca del bus, sin que nadie se diera cuenta.

“Llegamos a Ibagué a media noche. A las 5:00 de la mañana nos levantamos a coger el jeep hasta El Silencio y de ahí nos fuimos hasta El Rancho. Allí nos recibió un doctor que tenía más pinta de culebrero que de médico”, dijo.

Luego de comerse unos buenos fríjoles, a la 1:00 de la mañana, comenzaron su ascenso junto con el grupo de aventureros de la Universidad Nacional, sí, los mismos que se burlaron de sus ‘piolets’.

“No llevábamos nada de equipo técnico. Solo unas ansias tremendas por subir, en la mano una linterna pesada, un morral pequeño en la espalda, mis botas grullas y mis pies con dos bolsas plásticas para que no se me mojen”, contó.

Sin observar el camino por la falta de una buena linterna, solo se dispuso a subir y subir. Hasta que se vio tan solo en medio de la oscuridad que empezó a gritar el nombre de sus amigos, pero quizá estaba en compañía de uno que otro personaje de la mitología como un duende o el Mohán.

“No se veía nada de nada, solo se sentía el monte. Subí por un camino que a la vez es una quebrada hasta llegar a Lajas. De vez en cuando debía parar a echarme fuego con un encendedor en los dedos de los pies, ya que las bolsas plásticas no ayudaron mucho que se diga”, mencionó.

Tras recorrer varios kilómetros y pasar casi a ciegas por hermosos paisajes, llegó a la Cueva. Allí estaban algunos montañistas durmiendo en lamentables condiciones.

“Seguí unos pasos más y de pronto se descubre esa cosa inmensa, ese gigante, ese coloso, ese Dios hecho montaña. Nunca nada me produjo una emoción tan grande, que montaña por Dios, nevada todita la cabeza”, narró con sentimiento.

Esa fue su invitación a seguir. Iba tras un impulso que no era precisamente su fuerza física, sino el ver cada parte de esa inmensidad que iba apareciendo frente a sus ojos.

“Hice peldaños con el 'piolet' prestado y así iba subiendo por la nieve. Esa sí debería llamarse una subida en solitario, al menos hasta que alcancé a las dos figuras que veía desde abajo. Eran Gilberto y otro Gilberto, dos Gilbertos. Ellos llevaban una cuerda, ya éramos tres para quitarnos el miedo”, indicó.

‘Los Giles’ y Jorge avanzaron hasta El Oído, pero el sonido de la nieve crujiendo los espantó hasta el punto de decir: no más.

“Fue la primera vez que conocí la nieve de un nevado y la inmensidad de la montaña. Son recuerdos que jamás se podrán olvidar, subimos a puro corazón”, relató.

Aunque en esa ocasión no subió hasta la punta del Nevado, como en otras veces más adelante, sí pudo escalarlo en gran magnitud con su equipo ordinario e improvisado, solo y con miedo.

“La montaña no se dejó sobornar tan fácilmente. Primero nos rindió varias veces antes de dejar que acariciáramos su cumbre, ella sabía que primero nos debía formar humildes”, dijo.

Ir al Nevado ya no será lo mismo 

Ahora, casi 34 años después, lamenta profundamente que el majestuoso Volcán Nevado del Tolima haya perdido, inevitablemente, gran capa de nieve.

Esta montaña tiene el glaciar más pequeño de Colombia debido a su tamaño. Desde el año 1850 el volcán ha perdido gran porcentaje de su nieve. 

De hecho, en el 2012, el Ideam informó que estenevado tenía solo el 0.57 km2 de nieve. Esta pérdida no solo se debe a cambios térmicos, sino a la pendiente de la parte superior del cono volcánico. 

“En 1987 alguien empezó a hablar del calentamiento global, pero yo creo que nadie pensaba que ese momento llegaría. Esto es algo irreversible”, lamentó.

A pesar de que aquella vez juró no volver a subir, hoy, a sus casi 60 años dice: “sí, voy a volver, con 60 años y ojalá con 70”.

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