La familia que pasó de la quiebra económica al éxito comercial vendiendo ‘Helados de Palito’ en Ibagué
Desde pequeños hemos escuchado la frase: “renacer como el ave Fénix”, pero muy pocas veces vivimos en carne propia el significado de ésta, como lo hicieron los creadores de ‘Helados de Palito’.
En Ibagué retumba en el voz a voz su nombre y sus sabores , sin embargo, nadie conoce la historia detrás de esta empresa: una familia en la quiebra y una receta gastronómica que la reconstruye. Increíble, ¿no?
Todo comenzó cuando Marisol Navarro, una caleña bastante ibaguereña, conoció a Julio César González, quien se convertiría, años más tarde, en su compañero de vida.
“Cuando me fui a Cali a estudiar, conocí a mi esposo. Todo marchaba bien, pero hicimos unas malas inversiones y, cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde”, lamentó.
Con una mano adelante y la otra atrás. Así fue como quedaron Marisol y Julio después de caminar a ciegas por un terreno peligroso, del cual pensaron que nunca saldrían.
“Mi suegro, al ver nuestra situación económica tan difícil, decidió heredarnos la fórmula de los helados. Él me dijo: Mari, hagan helados. Y yo le dije: no me veo haciéndolos”, aseveró.
Para contextualizarlos un poco acerca de por qué su suegro, Héctor Fabio González, tenía una receta mágica para hacer helados, Marisol les contará brevemente esa historia: “él tiene una tienda de pueblo en Quimbaya (Quindío), de donde es oriundo”, contó.
“Es un hombre muy curioso, entonces hace kumis, queso, entre otras cosas, hasta que llegó a los helados. Duró perfeccionando esa fórmula durante dos años”, añadió.
Así pues, una vez sabiendo esto, retomemos.
Luego de negarse en repetidas ocasiones a hacer helados, la mujer recordó un sueño que tuvo su esposo hace 17 o 18 años: uno de esos que nos mandan señales para saber que camino seguir.
“Una vez estabamos dormidos y él me dijo: soñé con un nombre.Y yo le dije: ¿cuál nombre? Y me dijo: ‘Helados de Palito’. También, me describió cómo sería el logo, los colores, las formas, todo”, dijo.
Mientras atravesaban esta crisis económica, Marisol tomó la determinación de hacer helados, pues confió en que si su esposo había soñado eso hace algunos años y su suegro les había brindado la oportunidad de hacerlos a su estilo, tal vez era una señal de Dios.
Dicho y hecho: ambos, con sus ganas de emprender, se pusieron manos a la obra para levantarse de ese amargo momento.
“Con mi esposo, nos pusimos a hacer helados. Y los vendíamos puerta a puerta. Alguien nos dijo que fuéramos a la Alcaldía para que allí nos dieran unas ayudas económicas, pero únicamente las daban a personas desplazadas y víctimas de la violencia”, explicó.
Entretanto, en lo que esa puerta se cerró, otra más se abrió. “Nos dieron la oportunidad de ir a una feria, y decidimos hacerlo porque queríamos saber si realmente nuestro helado gustaba o no”, mencionó.
Con el paso del tiempo, cada vez eran menos las personas que compraban los helados. Un motivo más para sumirse en el largo camino de la tristeza y la desesperanza.
“Entonces yo le dije a mi esposo: tiene que ser que la gente quiere un sitio donde ir, porque quizás es muy aburrido comerse un helado en la casa. Y ahí es cuando decidimos tomar un local por pura fe, ya que no teníamos un peso”, manifestó.
Con esto se refiere a que el dueño del local, ubicado en el barrio Belén, les dijo que no se los dejaría en arriendo, pues si no tenían nada con que pagar, no había un respaldo económico.
“En ese tiempo, recuerdo, teníamos un Chevrolet Sprint, ni siquiera era un carro lujoso. Entonces, el dueño del negocio nos dijo que teníamos cuatro días para pagar el alquiler, y yo le dije a mi esposo: vendamos ese carrito que algo nos dará”, señaló.
Los días pasaban, uno más rápido que el otro, y aún nadie se acercaba a comprar el carro. No obstante, apareció la luz al final del tunel, literalmente. “Un jueves, faltando un día para el pago, un señor llega y me dice que me da $5 millones por él, y yo se lo vendí”, expresó.
“Entregué $1 millón de arriendo y nos quedaron $4 millones para todo: producir los helados, comprar envases, para adecuar, para decorar, para sillas, para todo. Pero mi esposo trabajaba lavando carros y de allá sacaba madera, con la que me dijo que ibamos a hacer repisas, entre otras cosas”, dijo.
Así pues, siguiendo las tradicionales quindianas de Julio César, diseñaron las sillas de colores, mesas artesanales y la decoración del actual local. Y sus vidas se iban tejiendo al mismo ritmo que su negocio, o mejor dicho, su salvación.
La historia de esta empresa, como muchas otras, tiene muchos vaivén en su interior. Sin embargo, déjenme resumirles tres acontecimientos importantes que han sucedido desde hace seis años:
- En el 2018, la familia, conformada por Marisol, Julio, María Camila y Gabriela, recibió una noticia lamentable: el único hombre de la casa tenía cáncer, el cual lo llevó al borde de la muerte. No obstante, luego de realizar sus tratamientos, logra vivir.
- En el 2020, con la llegada de la pandemia, todo el trabajo de abrir nuevos puntos, fracasó, pues tuvieron que cerrarlos. De esa experiencia, les quedaron dos de sus trabajadores a quienes acogieron en su familia, y con quienes compartieron oraciones durante este difícil e interminable año.
- Desde la creación de ‘Helados de Palito’ han adoptado cinco perritos y una gatita que han llegado al local: Chesnot, Coffee, Lola, Negra, Mona, y Misi.
Esta es una muestra de que unas cuantas piedras en el camino, no pueden significar la miseria, sino una motivación más para pararse y seguir corriendo. Al mejor estilo de ‘Helados de Palito’.