El lustrabotas del centro de Ibagué que cumplió su sueño de volar en la cabina de un avión
Gracias a su trabajo como lustrabotas, Robin Hernán Rivero cumplió su sueño de abordar la cabina de un avión y contemplar el paisaje del Tolima a 3.000 pies de altura. Esta es la historia de una serie de casualidades que lo llevaron a un destino increíble.
El protagonista de este relato comenzó a trabajar de embolador cuando tenía ocho años, como resultado de los aprietos que vivía en su hogar. En su cabeza de aquella época había un sueño juvenil: ser piloto de avión.
“Yo me la pasaba viendo los aviones. Pero no pude estudiar eso, vale mucha plata ese aprendizaje, es una cosa muy difícil de realizar”, manifestó.
Sin embargo, Robin es un lustrabotas histórico del centro de Ibagué. Tiene clientes aquí y allá que lo llaman para un servicio por el que es célebre y con el cual ha pulido los zapatos de políticos y personajes ilustres. “A Rodrigo Silva, el músico, le hice una vez un trabajo”, señaló orgulloso.
Gracias al voz a voz, su nombre llegó a los oídos de un fotógrafo de Ibagué, Diego Fernando Vargas, quien decidió entrevistarlo para narrar –a través de un video– su historia de vida.
A medida que se desarrollaba esa entrevista, llegó el instante que lo definiría todo: ¿cuál es su sueño? le preguntaron a Robin. Él respondió: “yo quería ser piloto de aviación. Creía que lo más bonito de ver era el mundo desde el aire”.
A los pocos días la entrevista se publicó, pasaron las semanas y Robin seguía levantándose a las 5:30 de la mañana para asegurar el pan de todos los días.
De pronto, un día corriente de junio de 2021 lo abordó Diego –el fotógrafo– con una actitud sospechosa.
“Tengo que hacer un video y necesito que usted me acompañe. Salimos de Ibagué, es cerca”, le dijo. Robin nunca había escuchado algo semejante.
“Acepté porque si sale trabajo hay que hacerle sea como sea. Yo creí que iban a hacer un evento de la Gobernación, que me tocaba mover sillas o algo de logística”, manifestó.
Estaba muy equivocado.
Tomaron la vía que comunica a Ibagué con El Espinal, en un viaje de una hora que acabó con un cartel revelador que lo aclaró todo para Robin. Decía: ‘Escuela de aviación’.
El rostro de Robin era el mismo de un niño que ve cumplida su felicidad en un instante. Frente a la avioneta de dos puestos, Diego le confirmó que, en efecto, no se trataba de un evento de la Gobernación.
“Yo le tengo una sorpresa porque usted es un bacán, trabajador: hoy va a vivir la experiencia de volar por primera vez. ¿Se le mide?”, le dijo.
Robin aceptó de inmediato y confesó que en el ascenso sintió algo de temor (no es lo mismo ser un pasajero que estar en el puesto del copiloto a 1.000 metros de altura). Sin embargo, recordó que estaba ahí por una razón que tenía su origen en la infancia.
“La demora fue pensar en que ese sueño lo tenía hace muchísimos años y no me iba a echar para atrás. No señor. Así que hagámosle”, pensó al tiempo que ahuyentaba su miedo.
En los cielos estuvieron una hora y atravesaron Girardot, Espinal, Chicoral y el río Magdalena. Desde allí, Robin pudo confirmar que “lo más bonito de ver era el mundo desde el aire" y la grandeza de un paisaje que se abría como la palma de una mano.
Sin embargo, el protagonista de esta historia lamentó un error.
“La emoción tan verraca me hizo subir rápido al avión y se me olvidó el celular en tierra. No pude tomar mis fotos, pero al menos me quedan los recuerdos, que son para siempre”, dijo.
Sus familiares no podían creer, a su llegada a la casa, lo que recién había acontecido. ‘El piloto’ comenzaron a decirle con cariño. Su padre reía y lloraba de la emoción, pues él nunca pudo subir a un avión ni experimentar una vista semejante, pero los ojos de su hijo sí y con eso bastaba.
Ahora Robin mira al cielo y agradece. Dice que lo que fue un anhelo que conservó toda la vida ahora es una dulce memoria. “Yo le agradezco a Dios, es la certeza de lo que no se ve”, sentenció.