Cerró los ojos y despertó dos meses después: el relato del ibaguereño que logró volver a la vida tras una grave enfermedad
Luego de dos meses en coma y 33 cirugías, el ibaguereño Jaime Suárez Mendoza, de 42 años, volvió a vivir y ahora valora cada minuto de su existencia.
Jaime, considerado un guerrero por sus familiares y amigos, cuenta que el siete de octubre del 2021 su propia intuición lo llevó a pensar que no volvería pronto a casa.
“Hace un año me despedí de mi familia y me fui a trabajar, pero tenía la intuición de que no sabía si volvería, pues un día lleno de trabajo finalizó en una clínica de Ibagué con un dolor terrible y vómito. Me llevaron a urgencias. El diagnóstico fue cálculos en la vesícula”, dijo.
Sin embargo, una semana después, su panorama cambió de gris a negro: una presunta negligencia médica lo puso al borde de la muerte.
“No fue fácil escuchar mi diagnóstico por un error médico: pancreatitis hemorrágica necrotizante. Yo ni siquiera sabía que existía esa enfermedad. Desde ese día comenzó un proceso aterrador”, señala.
Morfinas y calmantes desconectaron a Jaime de la realidad durante los siguientes dos meses. “Perdí 35 kilos. No recuerdo nada de mi vida, solo sé que Dios estuvo en mis cirugías, en la sala de cuidados intensivos y en cada persona que me cuidaba”.
Estando postrado en una cama, las palabras y oraciones de sus familiares y amigos lo mantenían con vida, además de los cuidados médicos.
“Cada uno de mis familiares estaba en un terrible estado de tristeza, pero siempre en oración, sin perder la fe, visitándome día tras día por una hora. Sentía esa fuerza mientras estaba inconsciente. Los vi a todos orando y sentía tranquilidad”, añade.
Dicen por ahí que la fe mueve montañas y así tal cual fue para Jaime, pues al fin logró recuperar su conciencia y aún con los dolores y las constantes extracciones de sangre, se mantuvo confiado en que todo saldría bien.
“Fueron seis cirugías en la clínica donde me encontraba y luego me trasladaron a la Fundación Santafé, ya que era la única institución donde se encontraba el médico especialista que me salvó la vida y quien se convirtió en un ángel para mí: el doctor Arturo Vergara Gómez”.
A partir de entonces comenzó una nueva odisea: infinidad de exámenes diarios durante nueve meses y 33 cirugías.
“Empezamos con tres a la semana y luego solo dos. Los médicos y las enfermeras me cuidaban a diario eran ángeles de la clínica. Sin embargo, me llevé dos bacterias, lo que implicó que estuviera en aislamiento, sin ningún acompañante de cuarto”, lamentó.
Los protocolos de bioseguridad por la pandemia del COVID-19 eran tan exigentes que solo recibía la visita de su esposa durante dos horas: una en la mañana y una en la tarde.
“Me estaba volviendo loco. Tenía psiquiatra, musicólogo y terapias todo el día. Mi esposa esperaba alrededor de la Fundación para poder estar en mi visita”.
Sin embargo, tras una petición, logró extender sus horarios de visita de 8:00 de la mañana a 8:00 de la noche, lo que le daba fortaleza para seguir en pie.
Desaprender para aprender de nuevo
Tras días de lucha, su vida comenzó de nuevo, pues tuvo que aprender de nuevo a caminar, hablar y a comer.
“Me hicieron terapia para aprender a caminar como un bebé, para aprender a hablar, a coger elementos y a comer. En cada paso estaba Dios y el amor de quienes tanto me ayudaron”, relata con alegría.
Y detalla: “aprendí a comer nuevamente, ya que estuve por siete meses que no podía tomar ni agua”.
Algo que el ibaguereño siempre tendrá en su mente fue una paleta de agua que le sabía a gloria. “Mi primera emoción fue una paleta de agua. Ese día lloré, pues nunca creí volver a sentir algo en mi boca. Y, desde entonces, aprendí a masticar y a que mi estómago recibiera alimentos”, recuerda.
Jaime se convirtió en su propio relato sobre milagros: no era su hora ni su momento.
“Dios es un padre cariñoso, bondadoso. El camino de esta batalla no termina, me falta recuperar el cuerpo que con tanto orgullo exhibía y someterme a una cirugía de ileostomía que tendré en un año para cerrar este camino”, explica.
Volvió a Ibagué luego de dos meses, para estar con sus hijos, su esposa, familia y amigos. Logró volver a caminar y a iniciar su proceso en el gimnasio y en su trabajo como técnico de computadores, que hace con tanta pasión y entrega.
“Ya dejé la silla de ruedas. Me toca cuidarme mucho en la comida, pero he podido probar todo lo que me gusta. Además, empecé a trabajar de nuevo con una neuropatía periférica, la cual adquirí por tantos antibióticos que recibí, pero no le pongo cuidado”, precisa con orgullo.
Este fue solo un pequeño fragmento de todo lo que tuvo que vivir Jaime Suárez Mendoza, quien logró ver de frente a la muerte y convertirse en un milagro e inspiración para muchos. Una historia que continuará escribiéndose.
“No sabemos lo fuertes que somos hasta que ser fuertes es la única opción que tenemos”.