El senador Óscar Bareto Quiroga se acobardó y no se atreve a enfrentar públicamente a Andrés Hurtado. Por eso tuvo que mandar a su representante a la Cámara Gerardo Yepes a decir lo que él no es capaz.
Su silencio frente al desastre de la Administración Municipal es vergonzoso y ofensivo para Ibagué, una ciudad que ha sido destruida física e institucionalmente por sus caprichos de cacique electorero.
Su enorme ego, que ya no cabe en los 23.562 kilómetros cuadrados de superficie que tiene el Tolima, le impide reconocer que se equivocó, le cuesta aceptar que le metieron los dedos en la boca y le duele admitir que Hurtado le salió más astuto.
No ha podido digerir que la dócil y fiel oveja del 2019 -año de la campaña para la Alcaldía de Ibagué- se le convirtió en un lobo feroz, que lo utilizó para conseguir su objetivo: ser alcalde de la capital y manejar a su antojo la contratación pública y la burocracia municipal.
Por ese nivel de sobradez y prepotencia, Barreto seguirá sonriendo en sus redes sociales, exhibiendo su desinterés por los problemas de la ciudad y dirigiendo -desde su mansión del Cañón del Combeima- la suerte de más de 600.000 habitantes de Ibagué, quienes seguirán ‘secuestrados’ por una clase política ambiciosa, cortoplacista y mediocre.
Todo esto puede cambiar si la ciudadanía libre, no los votantes comprados con tamales y contratos, acude masivamente a las urnas a castigar a los Barreto, a Andrés Hurtado y su candidata a la Alcaldía de Ibagué Johana Aranda y a los hermanos Jaramillo, quienes han sido igual o más perjudiciales que el clan que hoy domina al Tolima.
Si los candidatos independientes que hoy suenan no los convencen, tienen la opción de salir a protestar votando en blanco y darles una lección de dignidad a quienes tienen a Ibagué estancada, quebrada, destruida y sin futuro.