Si hay un sector que se alega innovador, pero que es probablemente el más conservador, y no en el mejor sentido de la palabra, es el de la educación superior.
Hacia el año 2012 hubo todo tipo de especulaciones con relación a la emergencia de los MOOCs (Masively Open Online Courses, por sus siglas en inglés). Coursera, Edx y otras tantas plataformas empezaban a aliarse con universidades que son consideradas las mejores del mundo y ofrecían todo tipo de cursos, con la opción de pagar por una certificación, o solamente “aprender”.
Fue un momento donde muchos pensaron que estudiar en Harvard estaba solo a un clic. Pues bien, resultó una burbuja, la famosa “Mooc bubble”, que no logró la disrupción en el sistema de educación superior a nivel mundial, aunque sí la emergencia de nuevas comunidades para la innovación del aprendizaje, tal como lo sugieren Joshua Kim y Edward Maloney en su más reciente trabajo sobre Innovación y aprendizaje (Learning Innovation and the Future of Higher Education, 2020).
Como tantas cosas en Colombia, y por supuesto en el Tolima, estos asuntos parecen llegar tarde a unos pocos que “lideran” los asuntos propios de la educación superior. Ni hablar de nuestros municipios, donde aún estamos haciendo esfuerzos por dotar a las escuelas de unidades sanitarias apropiadas y buenos sistemas de conectividad, que garanticen el acceso a internet.
El COVID19, sin embargo, parece haber logrado más por el desarrollo de nuevas plataformas y el reconocimiento de la urgencia de acoger nuevos y mejores sistemas de gestión del aprendizaje, de los contenidos, de la planeación y la asignación de recursos; que cualquier director de tecnología o líder de la transformación digital de las universidades. En pocas horas teníamos a los profesores en un esquema de enseñanza remota de emergencia, que la ignorancia de algunos confundía con la “modalidad virtual”.
Se alzaron muchas voces que expresaban su preocupación por la calidad, los problemas de angustia, estrés y emocionales que enfrentarían los estudiantes y profesores que ya no se encontrarían en el aula. A más de uno al parecer le hacía falta la siesta que suelen tomar en aquellas clases mañaneras en las que el profesor llama lista, pero todos están en las nubes.
De un momento a otro encontraron que son presa del famoso “dilema del innovador” del que hablara Clayton Christensen en 1997: hacer lo correcto, pensando en lo que piden los estudiantes y en las inversiones que generaban mayor retorno, resultaba ser errado. El mundo cambiaba a un ritmo acelerado donde las famosas películas “Matrix” y “Terminator” empezaban a tener tanto sentido que muchos se asustan.
Muchos cambios inatajables estaban en curso y el no estar preparados implicaba que la estrategia era resistirlos o evitar abordarlos.
Pues bien, llegó le momento, ese que algunos han querido evitar durante siglos: la democratización de la educación superior. No se trata de un curso con videos cortos y algunos controles de lectura, como hacen algunos cursos masivos (MOOCs), se trata de nuevos y mejores diseños instruccionales que permiten llegar a millones de personas con programas de altísima calidad y que, además, permiten la nivelación para suplir las falencias de la educación media.
Es muy fácil alegar ser la mejor universidad del país, cuando se admiten solo los mejores Saber 11. Es más difícil abrir las puertas a todos los bachilleres y lograr que sean excelentes profesionales. La clave está en la calidad de los programas y sus plataformas de acompañamiento y en la innovación.
Piensen que podríamos garantizar el acceso a educación superior de calidad en todos los municipios del Tolima, promoviendo, además, que la gente estudie lo que quiere, no lo que le toca, pues podrían pagar por ello en esquemas de financiación amplios de pago por créditos cursados e incluso diseñar su carrera, eligiendo de un amplio banco de materias. Esto no es nuevo, lo propuso, entre otros, Charles Elliot, presidente de Harvard en la segunda mitad del siglo XIX.
El Tolima debe pensar en promover nuevas plataformas de educación superior, con amplios recursos y mejores contenidos, donde la universidad pública y la privada compitan y a la vez cooperen, donde la gente pueda elegir libremente su carrera. Los programas que hoy puntean en el observatorio laboral, pronto quedarán en la cola y surgirán nuevos.
Sueño con ver en Natagaima a cientos de jóvenes hablando sobre sus clases y encontrándose por un helado donde Clarita para resolver el ejercicio que encontraron en plataforma. Sueño con un Planadas donde todos cursen una materia sobre el sistema internacional y el café, o un Herveo donde cursen una electiva en producción y comercialización de productos derivados del plátano y del aguacate.
Así en todos los municipios, formando nuevos y mejores ingenieros, administradores, politólogos, historiadores, filósofos. El pregrado no define lo que uno hará en la vida, pero ofrece una puerta al mundo del conocimiento y las redes de cooperación y co-creación, pilares del emprendimiento.
Díganme loco, pero estoy seguro que con calidad e innovación, podemos transformar la economía, lograr mayor cohesión social y generar nuevas y mejores empresas.